16/07/2020

Opinión

El viento teje casualidades en la historia de los pueblos

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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El viento teje casualidades en la historia de los pueblos

El 20 de febrero de 1938, el presidente Agustín Justo entrega el mando a Roberto Marcelino Ortiz. Unos días antes, el 9 de enero, se entrevista con el presidente del Brasil, Getulio Vargas, en Paso de los Libres. Ha ido en avión. Varias aeronaves de la Fuerza Aérea del Ejército lo escoltan. Al regreso se ven sorprendidos, según las crónicas, por “un huracán que barría la ruta aérea de la escuadrilla”. A pesar del fuerte viento, dos horas después de despegar, los aparatos llegan a salvo, a la base aérea de El Palomar.

Menos uno. Es un Lockheed B-12, que teje de casualidades la historia pueblerina y hace pensar a los santiagueños en que hay un Dios que, por extraños caminos, hace justicia de una forma que podría parecer aterradora.

La aeronave es encontrada al anochecer de ese 9 de enero, destrozada, cerca de la confluencia de los arroyos Itacumbú y Zanja Honda, en las inmediaciones de una estancia del departamento de Artigas, Uruguay, de forma casual, por un peón, Felipe Olivera que, enfrenta la tormenta, cruza a nado los arroyos ya desbordados y comunica la mala noticia, a las 8 de la noche, a la comisaría del pueblo de Tomás Gomensoro, a dos leguas del lugar. A pesar de que la tormenta continúa dos días más, empeorando la situación, a raíz del desborde de los arroyos y lagunas cercanos, se organizan expediciones de rescate policiales y militares e incluso de civiles a pie, de a caballo o en autos, desde pueblos vecinos. También hay una expedición fluvial desde Monte Caseros, pero la fuerte tormenta hacía desplazar lentamente las expediciones terrestres.

En ocasiones, el nudo de las fatalidades no tiene manera de ser desatado, es un viento cualquiera que ambula por las ciudades buscando su destino de tragedia. Si lo encuentra, queda en paz, esperando que los hombres se percaten de alguno de sus significados.

El 11 de enero, tres aviones uruguayos parten rumbo a Monte Caseros escoltando a los caídos del B-12 durante su viaje hacia Buenos Aires y participan de los homenajes. El 14 de enero, una multitud acompaña los restos de los fallecidos hasta el cementerio.

En el lugar de la tragedia, en el Uruguay, el gobierno argentino levanta un monumento en el cruce de la actual ruta 30 y el camino a Baltasar Brum. Son nueve lápidas, tres placas y un laurel en bronce.

Entre los muertos figura Eduardo Justo, hijo menor del Presidente. La fecha es recordada por los santiagueños: van tres años exactos desde el 9 de enero de 1935, cuando fue fusilado el cabo Luis Leónidas Paz, humilde soldado santiagueño, condenado a muerte luego de haber ultimado a balazos su superior, el mayor Carlos Sabella, con quien había tenido diferencias. El gaucho Castro, gobernador, había enviado a Justo un pedido de clemencia por telegrama. Pero no se firmó el perdón y la sentencia fue cumplida.

Algunas viejas santiagueñas oyen noticias del accidente por la radio. Como un acto reflejo, se santiguan.

Juan Manuel Aragón                   

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