24/07/2020

Opinión

También se puede –y se debe– predicar sin el ejemplo

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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También se puede –y se debe– predicar sin el ejemplo

Es mejor predicar con el ejemplo. En eso están todos de acuerdo, muy bien, aplausos sinceros. Pero, ¿si no hay ejemplo, qué?, ¿no se predica? Ahí está el caso del chico que en tercer grado no quiere aprender las arduas tablas de multiplicar. Al tiempo se recibe de maestro y regresa al aula, para enseñar, justo le toca tercer grado. ¿No enseñará matemática, por miedo a que algún niño se entere de que era un pésimo alumno a su edad? No faltará el que levante el dedo para acusarlo de hipócrita, por intentar que otros hagan lo que él no quiso.

O el médico que, de cuando en cuando, fuma un cigarrillo, para peor, especialista en pulmones. ¿Qué debe hacer cuando acude un paciente al que debe prescribirle que abandone el tabaco?, ¿quedarse callado y dejarlo que se muera sin advertirle lo malo que es fumar sólo porque no es capaz de dar el ejemplo?

Otra historia. El hombre que cuando joven fue mujeriego, luego se casó, dejó la costumbre de abandonar a una mujer cada vez que se le cruzaba otra. Sentó cabeza, decían las viejas de antes. Ahora está frente a su hijo adolescente a quien debe hablar para encauzar por el buen camino. Qué debe decirle, ¿hacé como yo, que no dejaba pasar una o vete con cuidado tratando de no lastimar las chicas que se te crucen, recordá que en cada una está tu madre, tus hermanas?

Por supuesto que es mejor predicar con el ejemplo. El médico que dice a sus pacientes “hagan como yo, que nunca fumé”, quizás no haga tanto bien, como aquel que cuenta “yo también fumaba, estaba terriblemente enviciado, me mandaba cuatro atados al día, pero al final vencí mi compulsión y aquí estoy”. Y luego explica cómo hizo e insta a repetirlo. Pero con ejemplo o sin él, debe advertir la fumador que está haciendo mal y debería dejar el cigarrillo.

Hay padres que, para no ser hipócritas, privan a sus hijos de las naranjas, pongalé. Señalan: “Si a mí no me gustan no puedo obligarlos a ellos”. Y ahí salimos de la falsedad para entrar en la estupidez. Porque debería hacer el esfuerzo de comer naranjas, zapallitos rellenos, pastel de batata, lo que fuere, con tal de que sus niños no se priven de alimentos quizás esenciales.

Quizás haya una madre por ahí, que no aguante la lechuga, bueno, deberá disimular u obligarse a comerla. Tiene que ponerla en el plato de los hijos, aunque no la coma.

¿Qué debe hacerse en estos casos?, ¿en aras de una lineal hipocresía calvinista hay que privar a los hijos de comidas que les convienen?, ¿ganará el Cielo si permite que sus niños se enfermen por falta de vitamina “ce” en la alimentación, pero defiende su derecho a no fingir delante de ellos que le gusta la naranja, cuando no es así?

Va de nuevo. Esta no es una columna de consejos ni una nota editorial, ¡vade retro! Sin embargo le dejamos picando un par de ideas para que las tome si quiere y puede. La principal sería que, como el hombre es imperfecto, es muy jodido predicar con el ejemplo, además de cansador. Usted preguntará si se está afirmando que vale la expresión “haz lo que digo, no lo que hago”. Y sí, amigo. Es preferible enseñar “haz lo que digo y lo que hago”,pero no siempre se puede. En los maniqueos tiempos que se viven, quizás hubiera sido mejor escribir una nota que afirme que se debe obrar siempre bien, dando siempre el ejemplo y esas cosas.

Pero “homo sum, humani nihil a me alienum puto”.

Y disculpe.

Juan Manuel Aragón                   

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