15/10/2020

Opinión

Danza en la tormenta del olvido (primer y único acto)

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Danza en la tormenta del olvido (primer y único acto)

Primero es el leve aleteo de una hoja de paraíso en el límite entre la siesta y la hora del mate. De la chacra en flor se levanta un vaho seco, asfixiado por el aire; unas cuantas vacas y las mulas del compadre Elpidio siguen impávidas a la sombra del árbol blanco, después de haber tomado agua, haciendo tiempo antes de volver al bosque. Sin razón aparente, el Sultán comienza a corretear de un lado para otro y vos, sumido en la obscuridad del sueño, sobre el catre de tiento, tu pescuezo es pura agua. Sudor y pesadez.

Te levantas, la tarde está indecisa bajo un sol que —como casi todos los días— quema con odio la reseca tierra salitrosa del pago, haciéndole abonar una ignorada culpa. Una brisa caliente empieza a correr agitada, por el camino del ómnibus, levantando un bobadal de abandono.

Te asomas detrás de la casa, a lo lejos se viene formando el sur. En la radio de la villa decían esta mañana que se había inundado un pueblo de Buenos Aires y la esperanza empieza a repiquetear —malambo triste— en tus venas. Esta vez quizás no le erre, piensas, pero la otra tarde pasó de largo sin dejar ni humedad en el aire. De solo estar el doradillo se inquieta, sudado, en el corral, anuncia el cambio. La brisa convierte el aire en una polvareda de esperanza, con ramalazos de frescor. Recuerdas que dejaste el sulky afuera y te apresuras a entrarlo, así el agua no moja los arneses.

Te das vuelta y el sur ya está maduro, cada vez más cerca, tiene ansias de alcanzar el pago cuanto antes. Viene rápido, entonces te das cuenta de que puede caer piedra: no sabes si alegrarte porque volverá el verdor de enero o lamentarte porque el granizo morderá la chacra y derrumbará tus esperanzas de una buena cosecha.

En esos momentos siempre te acuerdas de Marisa, una tarde fue arriada para siempre de este mundo, por el mal de chagas. Te sucede cada vez que llueve y aunque la tienes presente de la misma manera, falda colorida, manos regordetas, sonrisa triste, su ausenciate acongoja cada vez menos, qué sabrá ser.

En eso estás, cuando aquí y allá empiezan a formarse gotitas sobre el marchito patio, primero tímidas, casi delicadas, luego más decididas y al final son baldazos frescos. El vendaval moja tu espalda, te encaminas hacia la casa. Caen piedras, pero no son muy grandes, capaz que se salve el maíz. El ruidaje del agua contra las chapas del techo es uno de los sonidos más hermosos de toda la vida.

La oración se ha cerrado y junto a su nuevo socio, el viento, obscurecen el horizonte. El Sultán te observa desde su rincón, inmutable, olvidado de la vida, el yuto se queja en el monte. Esta noche solfearán sus canciones, felices, las ranas de la represa.

Quizás la sueñes.

Pero quién sabe.

Juan Manuel Aragón                   

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