25/10/2020

Opinión

Oiga, sáquese eso de la cabeza, no existen las “cosas nuestras”

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Oiga, sáquese eso de la cabeza, no existen las cosas nuestras

De vez en cuando y por cualquier motivo, uno viene a cenar y sale con frases como “pongamos cosas nuestras”, “volvamos a lo nuestro”, “valoremos lo nuestro”. Pavadas, amigo. ¿Qué es “lo nuestro” para llenarse la boca cuando ve algo y no le gusta? No es el asado de vaca, traído por los españoles, pues aquí, entre “lo nuestro”, no había vacas. Marche un ´spaghetti alla carbonara´ para la cinco.

¿Usted habla de algo más profundo cuando dice “lo nuestro”? Ah, ya sé, las tradiciones, la chacarera, el malambo, esas cosas. Bueno, ¿sabe qué? Tampoco son nuestros. Todas son expresiones de la música española. Hasta la quena, instrumento pentatónico, se toca siguiendo cánones de allá.

Ah, no, “lo nuestro” son las empanadas criollas, hechas por las manos de nuestras mujeres y repulgadas según una costumbre ancestral, se enorgullece un habitué, mientras trata de ensartar una aceituna con un palillo, ahí lo agarré, ¿ha visto? Ahá, hechas con harina inexistente en estas tierras hasta la llegada de los españoles, vacas originarias del África, huevos de gallinas desconocidas por los indios, cebolla del Asia y el aceite no lo conseguían ni las mujeres de los caciques más acomodados.

El señor de la mesa 10 ha pedido canelones de acelga y pollo, después de morder un miñoncito larga: “Lp nuestro es el quichua” y el salón entero aplaude a rabiar. Lo lamento, don, el quichua y el español fueron traídos por los conquistadores. Pero si quiere, hable en cacán, en tonocoté, en el desconocido idioma de los indios juríes y diaguitas, esos son más “cosas nuestras” que el algarrobo negro, ¡vamos!, ¡dele!, conjugue un solo verbo y me quedo callado. No sabe, ¿no?, bueno, entonces sigo.

Ah, pero los españoles vinieron y nos quitaron esos idiomas, nos obligaron a hablar el suyo, opina un mozo, mientras lleva unos cafés para la mesa de las viejas del fondo, que terminaron de cenar pollo a la mostaza con papas españolas. ¿Qué les impedía seguir hablando en tonocoté?, ¿acaso los españoles los iban a seguir a todas partes controlándoles el idioma? ¡Pero, en la escuela…!, tercia de nuevo el mozo. No amigo, cuando llegó la escuela de delantal blanco y maestras sarmientinas a estas tierras, ya estaban perdidas esas lenguas, no las conocíamos, no las sabíamos. Ahora cállese y lleve rápido las milanesas a caballo al grupito al lado de la ventana, que está suspirando de hambre.

¿Las alpargatas y el charque?, como su nombre lo indica, árabes. ¿El sándwich?, inglés. ¿El turrón?, español. ¿La chancaca?, del Asia, lo mismo el guarapo. ¿El concepto de familia?, de los romanos. ¿La conquista como una forma de apoderarse de tierras lejanas y tomarlas para sí?, de los godos. Ahí lo pillé, dice la señora, mientras espera su ensalada rusa. ¿Ahá?, ¿por qué? Porque los incas conquistaron los valles calchaquíes, para apoderarse de este territorio. No doña, querían solamente transitar por aquí, no pretendían apoderarse de las tierras diaguitas, pobres y resecas, sino solamente ir a otra parte pasando por estos pagos, el concepto de conquista les era tan ajeno como la compasión con los vencidos, además, ¿no los tienen como seres celestiales ignorantes de la existencia o la posibilidad del territorio como la propiedad privada?, ¿para qué quiere tierras ajenas alguien que no sabe de la propia?

Comemos como indios, tercia un señor, sentado en una butaca, en la barra. Ahí está del todo equivocado, cuando escaseaban las proteínas, armaban una buena guerra contra los pueblos vecinos y luego, si ganaban, saciaban su hambre con los brazos y piernas de los enemigos, pero si perdían, eran hervidos o asados por los otros, para ser comidos ya sea como picada, entrada, plato principal, postre o en la sobremesa. A otros, después de sacarles el corazón, los tiraban desde arriba de las pirámides, como un sacrificio ritual a dioses sanguinarios.

Oiga, de una buena vez deje de hablar macanas, sáquese esas macanas del cerebro, no existe “lo nuestro” como categoría absoluta. Dejemos de lado el folklore como palabra inglesa, porque es recontra sabido. El desarrollo de la música folklorera—¡huija rendija!, la mama y la hija— en la Argentina, es un subproducto del romanticismo europeo, llegado tardíamente a estos pagos, luego derivó en un nacionalismo orgulloso de la tierra, el pago natal, la Pachamama y otros engañapichanga para turistas, ávidos de color local y termina en una movida rock, pop & folk, como la de tantos grupos de buenos músicos industria argentina, marca registrada. Todo tiene su origen en otros pagos, no se confunda.

Una parejita acaba de entrar, se hace silencio, esperan a ver si alguno dice algo. El mozo los ubica en una mesa cerca de la barra. El pianista arranca con algo de Juan Sebastián Bach: toca más o menos, pero no hay plata para un gran concertista. Es lo que hay.

Disimulan todos.

La noche es joven.

Juan Manuel Aragón                   

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