07/12/2020

Opinión

Por qué no hay que creer en las vacunas

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Por qué no hay que creer en las vacunas

Quienes no creen en las vacunas contra el coronavirus, deberían aclarar si su postura es religiosa o se basa en alguna conclusión científica. Si es religiosa nada se puede hacer, hay quienes creen en Buda, en la Pachamama, en el Gauchito Gil, allá ellos con sus dioses. Si es científica, deberían primero presentar el título habilitante para hablar con propiedad del asunto, luego los estudios de especialización en la materia y finalmente en qué foros presentaron sus ponencias y qué dijeron sus colegas, para luego ver si les hacemos caso.

Uno entiende, a veces, que alguien con una enfermedad terminal acuda para curarse, a magos, chamanes, hechiceros, adivinos. Cuando los médicos saben que la ciencia es impotente para curar algún mal, no desaprueban la consulta a estos nigromantes. A condición, claro, de que no metan mano en el cuerpo, agravando la salud de sus pacientes.

El problema es que hay gente sana en todo el mundo, concurriendo de manera asidua a estos adivinos, con el fin de curarse de males, digamos superfluos como la caspa o el dolor de muelas y termina en las garras de algunos de ellos, verdaderos artistas en el arte de la manipulación de las almas crédulas de la gente.

No se trata de creer en unos o en otros. No hay por qué mezclar la fe con la ciencia, al menos en este caso. La rueda de un auto da vueltas, y es independiente de la certidumbre de uno o muchos, acerca de que efectivamente lo hará. Las vacunas o la aspirina son benéficas más allá de lo que usted cree, siente o espera.

Muchos más hombres llegan actualmente a la edad provecta, en gran parte gracias a la medicina que ideó remedios y curaciones quizás antes mortales. Y vacunas. La experiencia de los médicos es la que propicia también una mejor y más provechosa alimentación y cuidados del cuerpo que antes no se conocían.

Pero aun así no faltan quienes se inclinan por los curadores alternativos —chantapufis de circo, algunos con título de médico en regla y bata blanca— y se entrega a sus manos con consecuencias en muchas ocasiones fatales. Para peor, cuando al final acuden a un médico a que le solucione sus problemas, algunas veces es tarde, sus parientes supérstites no dudan en echar la culpa en estos casos, a la medicina que califican de “tradicional”, en la creencia de desacreditarla con ese mote.

Florencio Escardó sostenía: “No hay más que una sola y única medicina: la que cura. Y el médico está obligado a usar cualquier tipo de medicina que cure, siempre que su experiencia le permita enfrentar dos cosas: Primero, saber que puede curar. Segundo, que posea una experiencia mundial, porque el pensamiento es uno solo en el mundo, lo que sabía Hipócrates, tenemos que saberlo nosotros ahora, porque la unidad total del pensamiento médico es uno de los grandes milagros del intelecto humano”.

El manosanta prodigioso, que tiene un saber único, entregado por Dios, por todos los diablos o por quien sea, entonces está en contra de los dos principios formulados por el ilustre pediatra argentino, no sabe si lo suyo cura y no tiene una experiencia mundial comprobada. La kombucha, las asombrosas aguas mágicas, los emplastos de quién sabe qué, los gorgojos maravillosos que supuestamente curan para siempre el cáncer, la imposición de manos de santones paganos, son todos remedios de interesados en extraer el dinero del bolsillo de los crédulos. Quien diga otra cosa, al menos debería demostrarlo científicamente.

Decir que las vacunas no sirven para nada y presentarse como prueba viviente de ello, no tiene gracia, en un mundo en que todos estamos vacunados, el 5 por ciento que no lo está, ha sido inmunizado por el resto, pues la enfermedad es probable que no le llegue.

Nosotros, es decir usted, su vecino, el verdulero de la otra cuadra y yo obviamente, nos vacunaremos contra el coronavirus no por una cuestión de fe, sino porque no discutimos ni la posibilidad del motor a explosión ni la utilidad del horno a microondas ni la esperanza de volver a la vida de antes, con uno o dos pinchazos de cualquiera de las vacunas que la humanidad ha fabricado para brindarnos salud.

Sostenemos también que la Tierra es redonda, no hay un gobierno universal en las sombras manejando los hilos de todo el globo, el hombre sí llegó a la Luna y tanto el bollo tucumano como el chipaco santiagueño llevan chicharrón.

Si no le gusta la forma del mundo es cuestión suya, pero cuando llegue la vacuna, vaya y déjese inmunizar, por favor. Si no lo hace por usted, hágalo el prójimo.

Muchas gracias

Juan Manuel Aragón                   

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