Opinión
Deberíamos aprender de las tradiciones inglesas
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Deberíamos aprender de las tradiciones inglesas
Los ingleses honran sus tradiciones. Si una calle tiene nombre, lo dejan para siempre, aunque después venga alguien mejor o más prócer. Saben del perjuicio para los vecinos, que deben cambiar membretes de sus negocios y hacer aclaraciones, tipo: “Vivo en la calle Rivadavia, pero ahora es Virgen de la Merced” (Tucumán), “en la Juárez Celman, que ahora es Leandro Alem” (Santiago del Estero) o “en la Cangallo, pero ahora es Juan Domingo Cangallo” (Buenos Aires).
Allá hay gobiernos de izquierda, conservadores, revolucionarios, de derecha. Estatizan o privatizan. Dan importancia a la educación o a la economía. Pero nunca tocan la monarquía.
Le cuento, cuando la Reina asiste a la apertura del Parlamento, un diputado debe estar en Buckingham: fue tomado de rehén —digamos— hasta que ella vuelva sana y salva. El rey Carlos I, lo hacía: tuvo una relación jodida con los diputados y desde entonces lo repiten todos los reinaldos. Cualquiera diría: “Mirá que tontería”. Pero a Carlos I, lo decapitaron. Por las dudas, Isabel sigue esa tradición. Usted y yo haríamos lo mismo.
¡Ah!, pero si está llena de reglas, es una sociedad atrasada, opinará usted. Y la verdad, no. Ahí nacieron los Beatles, Mary Quant, impulsora de la minifalda y ese portento de la sobriedad, el Rolls Royce, entre otras cosas buenas y malas. Algunas modas que usted lleva puestas, están en su casa o admira, la inventaron ellos, fijesé.
La Reina, su marido cuando vivía, sus hijos y nietos desarrollan una tarea fenomenal: asisten a los actos, ofrecen discursos, dan la mano, besan chicos, se toman fotos, ahorrando esa molestia a los políticos para que gobiernen tranquilos, sin semejante trabajo. Digamé si no le parece maravilloso.
