Hablemos en serio de la pelea de perros llamada grieta

A pedido del respetable público, hablemos de la grieta. La sensación de que la otra mitad de la Argentina está equivocada, vive en el error, es oscurantista, no le gusta ver la verdad. Los necios son los de la vereda de enfrente, los otros.

Quienes inventaron el concepto, excluyeron a los que no están en ninguno de los lados. Nos condenan a ser blancos o negros. No diga que no le pasó: si usted llega a plantear un matiz en la idea de cualquiera de ambos extremos, es un enemigo.

Es decir: hay dos equipos, River o Boca, no hay Racing, Independiente, San Lorenzo, Atlético o San Martín de Tucumán, Central Córdoba o Mitre de Santiago. Solo dos. El que no está con uno, es del otro. Y no vale que alguien avise: “Yo siempre fui de Douglas Haig de Pergamino”. ¡No señor!, ¡entre en la pelea, si no es un anti patria!

El concepto de grieta ha provocado un empobrecimiento bestial del debate, no solamente entre gente de la cultura o la política, sino también en la calle, los cafés, los parientes en un festejo familiar.

Disculpe la comparanza, pero oigo una discusión entre los dos lados de la grieta y me imagino una pelea de perros, un barcino y un dogo, que ni saben por qué se muerden. A su alrededor, los dueños cruzan apuestas, muchos curiosos que no aman los perros miran embelesados cómo se destrozan. Un negocio montado alrededor de dos animales luchando por imponerse. En este caso, si alguien muestra un mastín napolitano, un ovejero alemán, un fila brasileño, le dirán: “Salga de aquí, ¿no ve que esto es una pelea solamente de dos y estamos esperando que se destrocen para sacarles provecho?”.

El que quiera entender, ya sabe.

Juan Manuel Aragón

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