Postal de cuando Buenos Aires era la Capital Federal de los argentinos

Era la típica postal de la Plaza de Mayo, como la nombran en las provincias, con artículo. El hombre lleva sombrero y el chico, pantalón corto y medias tres cuartos. Alrededor, pequeñas islas de palomas acuden hambrientas a ver si esos forasteros también les darán de comer. Algunos provincianos van cada dos por tres, otros muy pocas veces o nunca en la vida. Pero todos sabemos que es una ciudad inmensa, cosmopolita, repleta de sorpresas.

La foto era una prueba que requerían —sinpedirla— los parientes del pago. Tenía que ser en la Plaza de Mayo y con la Casa Rosada al fondo. No valía otra. Aunque hubieran ido al zoológico, aunque se cruzaran con el mismísimo Carlos Gardel, no importaba. La única que servía era esa.

Un día a los argentinos nos escamotearon la Capital Federal. Y empezó a ser solamente de los porteños. Y no importó que millones de cabecitas negras exiliados de los pueblos de las provincias hubieran sido los verdaderos fundadores de la ciudad. No valió un centavo la memoria de Pancho Ramírez y su paisanada atando los fletes en la Pirámide de Mayo. Ni las viejas guerras por las que la lejana Buenos Aires se convirtió en capital de todos los argentinos.

Igual, padre e hijo están sorprendidos. El muchacho comprueba que existe el edificio del Cabildo, aunque no sea amarillo sino blanco y le falten varias arcadas. El hombre se emociona ante las preguntas del chango, que quiere saber todo sobre la avenida más ancha del mundo, el río color león, la calle Florida y ese mar de autos a la deriva.

Uno volverá dos o tres veces más, el otro se hará vuelo de paloma congelada, en la fotografía sepia de una pertinacia de recuerdos, pero sólo por un improbable tiempo que no regresará jamás.

Juan Manuel Aragón

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