23/11/2021

Opinión

Algunas contradicciones de los caballos de películas de los cowboys

(Especial para El Diario 24)

Sigo viendo las películas de cowboys cada vez que las pasan en la tele, no importa de qué traten o cuán viejas sean, las miro solamente por los magníficos caballos que aparecen. En alguna parte leí, hace mucho, que son cruza de mustang norteamericano con jaca española, no sé, no importa. Eso sí, son hermosos. A mis hermanos creo que también les fascinaban esas cintas.


Como se sabe, son caballos que se les escaparon a los españoles colonizadores de América del Norte, que se hicieron salvajes. En España, desde el siglo XIII, a los animales sin dueño conocido les decían mesteños. Cuando llegaron a América primero fueron mestengos y luego mustang. Aquí mostrenco, otra variante de la misma palabra vale tanto para cualquier animal sin dueño.

Pero, volvamos a los fletes de las películas, que los nuestros piafan impacientes en la pesebrera. Cuando éramos chicos, a los hermanos nos llamaba la atención la excelente puntería que tenían los ñatos, pues desde un parejero lanzado a toda velocidad, con un Winchester en la mano, el actor le acertaba a otro que iba por lo menos 200 metros más adelante. ¿Podría haber sido un mancarrón con el galope suavecito?, por supuesto. Pero, ¿tanto? Imposible.

Por supuesto, era el cine, donde íbamos a maravillarnos y no tanto a analizar el argumento ni a encontrar defectos. Pero igual nos preguntábamos por qué los caballos no se asustaban con los tiros. Una vez mi tío Emiliano hizo un disparo con un rifle 22, que hace mucho menos ruido que un Colt del 38, y el flete se pegó una espantada que casi lo hace comprar terreno, diga que era buen jinete. Alguien nos avisó que nos fijáramos bien: hay sonidos que se agregan a las películas en un laboratorio, después de que fueron filmadas, por eso hay tiros a granel y los bichos siguen tranquilos.

Otra cosa notable, si en un principio no estaban, en cualquier momento iban a aparecer los caballos, para eso era de cowboys. Y cuando aparecían siempre se daban dos fenómenos, relinchaban y se los sentía pasar con el mismo ruido que hacen en las ciudades con las herraduras contra el pavimento, pero aquellos eran caminos de tierra. Uno entiende el lenguaje del cine, si te quieren mostrar que es otro día pasan un amanecer, si un tipo se tumbó una chica muestran cuando ella se levanta para ir al baño mientras él duerme, cosas así. Lo de los caballos era una verdadera redundancia. O sea, ¿para qué me van a decir que hay caballos si los estamos viendo?

Y lo último, cuando le pegaban un tiro a uno y lo mataban, siempre caía sujetando para un lado al pobre animal que, necesariamente se caía al tener torcido el pescuezo. Amigo, eso sí que era maltratarlo, no macanas. Entiendo, eran películas, pero había maneras y maneras de mostrar a un cowboy cayéndose del caballo. En esa parte siempre teníamos pena de los pobres bichos.

Otro día vamos a hablar de las cintas en que aparecen romanos, antes del siglo I, con casi la misma raza de caballos de los cowboys ¡y estribos!, genial invento que todavía no había llegado al mundo europeo, todo un anacronismo. Pero hoy no. Tengo que hacer los mandados para la patrona, que me tiene de aquí para allá. Al trote, como quien dice.

Juan Manuel Aragón




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