28/10/2022

Opinión

OPINIÓN

Néstor Kirchner: por qué un gesto pasa a la historia

Por: Florencia Gómez
POR IRENE POLIMENI SOSA

Más de una década ha transcurrido desde aquel 27 de octubre del 2010, en el que el fallecimiento del expresidente Néstor Kirchner, a sus 60 años, sorprendió y afectó a toda la Argentina. Hoy resulta más imprescindible que nunca seguir revisando su figura y la forma en la que un amplio sector de la sociedad le atribuye el despertar de una convicción respecto a política como vehículo para transformar la realidad y de un deseo de utilizarla para construir un futuro mejor.

Encuestas y estudios señalan que la mitad de lxs jóvenxs del país no se sienten realmente representadxs por ningún partido o candidatx. Esto es un hecho que hay que comprender, analizar y trabajar con empatía, con una mirada crítica que asimile el impacto de los procesos recientes y se disponga a trabajar en función de eso.  Debemos volver a construir una política para lxs jóvenes, para la participación de lxs jóvenes. Con retórica, y también, con hechos.

En la Feria del Libro del 2005, Néstor Kirchner habló en la presentación del libro Palabra viva, un compilado de poemas escritos por detenidos desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. En ese marco, leyó un poema de Joaquín Enrique Areta, joven militante correntino que fue secuestrado a sus 23 años.

Ese gesto pasaría a la historia, no sólo por implicar una emocionante voluntad de homenajear sin tregua a las víctimas del terrorismo de Estado, sino también por la conmoción que causó en el sentido de esas palabras y de ese acto de enunciación, cinco años más tarde, la ausencia física del entonces presidente. Esa ampliación del sentido del poema tiene que ver, sobre todo, con la idea de política que subyace en esas líneas.


“Quisiera que me recuerden
/ sin llorar
ni lamentarme.
Quisiera que me recuerden
por haber hecho caminos,
por haber marcado un rumbo,
porque emocioné su alma
porque se sintieron queridos,
/ protegidos y ayudados.
Porque interpreté sus ansias,
porque canalicé su amor
Quisiera que me recuerden
junto a la risa de los felices,
la seguridad de los justos,
el sufrimiento de los humildes.
Quisiera que me recuerden
/ con piedad por mis errores,
con comprensión por mis
/ debilidades,
con cariño por mis virtudes.
Si no es así, prefiero el olvido,
que será el más duro castigo
por no cumplir mi deber
/ de hombre”

Los versos que escribió un joven que no llegó a los 30 años, con los sueños cerca del pecho, con la ilusión militante de transformar lo que lo rodeaba, con la convicción de que el deber del hombre no es ni más ni menos que lo que puede hacer con otrxs: abrir caminos, marcar un rumbo, emocionar, querer, proteger, ayudar, acompañar, interpretar, amar, reir, sufrir, cometer errores.

 El poeta enumera estas acciones para declararlas el móvil de su vida, en los versos que  -entre los tantos que conformaban el cuerpo del libro- Néstor Kirchner decidió leer aquel día. Dijo que se había sentido absolutamente comprendido en el texto, porque se trataba de palabras que “rompen toda temporalidad y marcan un absoluto compromiso con la Argentina que Joaquín, y tantos, querían”.

Atravesamos tiempos turbulentos para quienes confían en los mecanismos de la democracia, en un período de fuerte asentamiento de los discursos autodenominados “anti-política”, tras una instancia de profundo aislamiento, paranoia social e incertidumbre, habiendo recibido el impacto de cuatro años de gestión neoliberal sustentada en la defensa del individualismo, lidiando a diario con las condiciones de una crisis económica. Volver a este simple -aunque no sencillo- gesto es importante.

Es importante porque hoy las juventudes que no vivieron en carne propia el proceso político que despuntó la llegada de Kirchner al panorama nacional tienen pocos hechos a los que aferrarse para sostener que la política puede ser más que un juego en el que siempre estarán destinados a perder. Al mismo tiempo, quienes tuvieron el privilegio de adquirir su conciencia ideológica y erigir su identidad durante esos años, entrando al mundo de las construcciones colectivas en un contexto de inmensa ampliación de derechos y apertura del imaginario colectivo, han experimentado el desencanto de rápidos retrocesos en esos mismos terrenos.

Recordar y reprensar este detalle de la Historia es elemental en la medida en la que devela una mirada sobre la praxis política que le permitió a Néstor Kirchner movilizar una confianza y un voluntad para la participación en esa praxis innegables. Es imposible eludir el hecho de que durante los gobiernos del ciclo que él inauguró, se desplegó un proceso de movilización intensa por parte de las juventudes y se legitimó su ingreso al debate político desde el Estado y desde las estructuras de organización social.

Quisiera que me recuerden sólo podría haber sido escrito por alguien que comprendiera la existencia estrechamente ligada a la construcción colectiva. Kirchner eligió darle voz a un poema que expresa un deseo, una esperanza, una ilusión enraizada en alguien eternamente (por los más desgarradores motivos) joven. Siendo presidente, encarnó la voz deseante de un veinteañero que dejó con total literalidad su vida en el proyecto de experimentar hasta las últimas consecuencias esa idea del deber del hombre: reir con lxs felices, defender a lxs justxs, sufrir con lxs humildxs.

Y como suele suceder con los grandes gestos de la historia y la poesía, este se abre como una caja china y se multiplica en su emocionante producción de combustible para la esperanza. Néstor recupera, desde la conducción del Estado, la voz de Joaquín, desaparecido. Joaquín expresa una conmovedora conciencia respecto a su compromiso con la lucha. Esa lucha es comprendida en su poema como la enorme y transparente tarea de atravesar la vida en estrecho contacto con lxs otrxs, con el afecto y la necesidad de lxs otrxs. A su vez, a sabiendas de que su presencia depende hoy de nuestra memoria, el poema se transforma en un testamento y una declaración de principios para nosotrxs mismxs.  En ese sentido, como lo entendió Néstor, es un poema que transciende su propio tiempo.

En esas palabras se refracta la gran idea de que luchar es un deber, pero tiene que ser también un deseo con implicancias afectivas. Quisiera que me recuerden por haber marcado un rumbo. Se trata de un tejido entre afecto y vinculación social. Y ese tejido se refleja en las manifestaciones de participación que movilizó el proyecto político de Nestor Kirchner. Basta recordar el 27 de octubre del 2010, la profunda afectación emocional de las que fueron escenario la Plaza de Mayo, la Casa Rosada y sus inmediaciones. Nada de eso hubiese sido posible sin acciones y hechos concretos que sostuvieran las declaraciones retóricas y simbólicas supuestas en gestos como el que estamos señalando.




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