17/11/2022

Opinión

OPINIÓN

Las cosas como son

Por: Florencia Gómez
POR HERNANDO KLEIMANS

En verdad, me preparé para escribir esta nota. Reuní información histórica. Recorrí medios rusos, norteamericanos, franceses, chinos. Hablé con colegas aquí y allí… Luego resolví que la realidad había sido ampliamente derrotada por la falsedad y que, por lo tanto, de nada valía plantear detallados y documentados análisis y comentarios.

Aguardé a escribir hasta tener la declaración final de la reunión del G-20 en Bali. Tenía esperanzas de que ella fuera algo más que una declaración final en un mundo que necesita acción concreta e inmediata… Fue una declaración que casi declara el final del grupo, atravesado por el enfrentamiento entre el bloque anglosajón y los países de los nuevos polos mundiales. 

Ambigüedad y evanescencia. Una cumbre donde se reúnen para no reunirse. O, como señala el “Global Times”, vocero extraoficial del partido comunista chino, un lugar adonde Washington concurre dispuesto a enfrentarse y no a conciliar.

Confieso que la desenfrenada e histérica (no puedo calificarla de otro modo) campaña mediática respecto de la guerra en el Donbass terminó por convencerme y obligó a que tirara al tacho de basura toda la documentada preparación que, como dije, ya había hecho.

Mientras los grandes medios monopólicos de información insisten en calificar el conflicto en el Donbass como una agresión rusa, el frente de batalla se va llenando de “mercenarios”, en realidad soldados efectivos de Polonia, Rumania e Inglaterra, que poco a poco les privan a los ucranianos de la conducción de la batalla. En el norte de la línea de combate, más de 5.000 polacos participan activamente en el enfrentamiento.

Por fin, Moscú se despoja de la ambigüedad y califica la “operación militar especial” como lo que es: un frente de batalla donde se enfrenta con la OTAN. Expertos israelíes incluso aconsejan a Rusia aplicar la misma táctica de prevención que ellos aplican cuando presumen que serán atacados: asestan golpes de anticipación. Los israelíes son maestros en asumir lo que en verdad ocurre.

La deformación de la realidad impide u oculta la misma. Nadie niega pero nadie dice del apetito polaco por ocupar todas las tierras occidentales ucranianas, antes propiedad de la Recz Pospolita, el bi-imperio polaco letón, ni de las aspiraciones rumanas de apoderarse de la Transcarpatia ucraniana y anexar Moldavia, algo así como la refundación del imperio austrohúngaro.

Todo se envuelve en un frágil modelo antirruso, en el que Rusia es apenas un pretexto para encubrir los verdaderos objetivos. En todo caso, el intento es fragmentar el territorio europeo del antiguo imperio zarista y repartirse los pedazos, como ocurrió en 1991 en Yugoslavia. Algo muy querido por Londres aunque París y Berlín miren esto con bastante recelo. En todo caso, Inglaterra por las dudas entrena miles de “reclutas” ucranianos, una carne de cañón lista para ser tirada en el fuego.

Winston Churchill fue el ideólogo de la política de balcanización. El “divide y reinarás” de su antecesor victoriano Benjamín Disraeli. Como primer ministro de Gran Bretaña, Churchill ordenó apenas terminada la Segunda Guerra Mundial que no se desarmara a los prisioneros alemanes y se los tuviera preparados para, ocasionalmente, lanzarlos a una nueva guerra, esta vez contra la Unión Soviética… Mientras procuraba impedir que Polonia se convirtiera en un estado independiente, llamaba a destruir la Argentina considerándola un peligro para el imperio. Churchill consideraba a Perón como su enemigo personal.

Un simple ejemplo de este juego de espejos: el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, reconoce que los recientes misiles caídos sobre una aldea polaca son ucranianos. De inmediato agrega que, de cualquier modo la culpa es… ¡de Rusia!




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