26/11/2022

Opinión

OPINIÓN

Es tiempo de enmendar el supuesto cisma entre espiritualidad y política

POR SILVINA CHEMEN

Nuestro país estuvo presente en la Primera Cumbre R20 (Foro de Religiones del G20). Por Argentina fuimos convocados el padre Carlos White, sacerdote y responsable de la Comisión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso y yo, rabina de la comunidad Bet El y miembro de Abrahamic Faiths Initiatives.

Los días 2 y 3 de noviembre, religiosos y académicos de distintas tradiciones y naciones nos congregamos en Bali, sede del G20. El foro contó con 400 participantes de 32 países, entre los que se escucharon las ponencias de 45 oradores de los cinco continentes. Yo tuve el honor de ser convocada a ser una de ellos.

El punto de partida fue reconocer cómo la religión a menudo ha contribuido al conflicto basado en la identidad, tanto a lo largo de la historia como en la actualidad, por lo que este Foro se constituyó para "ayudar a garantizar que la religión funcione como una fuente genuina y dinámica de soluciones, más que problemas, en el siglo XXI".

Fueron escuchados testimonios valiosos; no solamente de poblaciones perseguidas sino también de radicalizaciones dentro de las religiones que han llevado a cometer atrocidades en nombre de la fe.

El panel en el que tuve la oportunidad de participar tuvo como objetivo "La recontextualización de las enseñanzas obsoletas y problemáticas de la religión". Entendiendo que las lecturas dogmáticas y rigidizantes llevaron a ciertos liderazgos religioso a través de la historia y hasta nuestro días, a educar poblaciones enteras en el odio, la supremacía, la destrucción de todo aquello que no condiga con lo que supuestamente es la verdad que ellos enarbolan, es tiempo de releer, reinterpretar y poner en valor los contenidos de las religiones que alienten la convivencia, el amor y la responsabilidad por el prójimo y una construcción social justa y equitativa.

Otro de los focos centrales del R20 fue el de aprovechar la sabiduría de la ecología espiritual inserta en las tradiciones religiosas del mundo para garantizar el respeto y la preservación del medio ambiente.

Hace muchos años que me dedico a participar de foros tanto en mi país como internacionalmente. Todo intento de compartir ideas y experiencias es nutricio y hace su aporte. Pero, debo reconocerlo, en temas de diálogo social-interreligioso los cambios profundos parecen no tener raigambre en nuestras sociedades. Otros discursos, otros poderes, otros entretejidos ganan el terreno de la opinión pública y de la decisiones globales.

La diferencia entre otras iniciativas y ésta es la posibilidad de incidir sobre una agenda global. Porque son infructuosos los esfuerzos de las comunidades religiosas de "buena fe" cuando los decisores políticos de nuestros países nos confinan dentro de los muros de nuestras organizaciones.

Las religiones somos organizaciones sociales congregadas alrededor de ideales nobles como la solidaridad, la justicia social, la esperanza, el amor y una vida en busca del sentido. Y son estos mismos ideales los que esta humanidad herida está necesitando a nivel macro para frenar la escalada de violencia y muerte, de desigualdad y desesperanza.

Luego de los dos días en Bali tuvimos la oportunidad de pasar tres días en Yogyakarta donde se llevaron a cabo deliberaciones acerca de cómo llegar a los decisores políticos, cómo hacer escuchar la voz de las religiones en el campo de la diplomacia, la educación y la justicia.

Nosotros vivimos en un país cuyo capital de diálogo y confraternidad entre las religiones debe ser un motivo de orgullo y de afianzamiento social. Defendiendo a ultranza el estado laico que permite que todas las tradiciones de fe y las cosmovisiones que habitan este país se expresen y desarrollen libremente, creo que la voz de las religiones podría tener un impacto mayor si la ciudadanía estuviera formada en el conocimiento de las diversas creencias y espiritualidades que conforman nuestra sociedad.

Es tiempo de enmendar el supuesto cisma entre espiritualidad por un lado y política, economía y ciudadanía por otro. Somos llamados a tender puentes entre los distintos sectores y espacios que forman la sociedad, especialmente donde el diálogo y la escucha parecen inviables y donde los derechos humanos son vulnerados.




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