08/03/2020

Opinión

La estafa de los “Sea Monkeys” sigue dando vueltas en la Argentina

Escribe JUan Manuel Aragón - (Especial para El Diario24)
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La estafa de los “Sea Monkeys” sigue dando vueltas en la Argentina

A veces tengo pesadillas con los “Sea Monkeys” (literalmente “monos  de mar”), la ilusión de un pícaro que inventó animales en polvo, para diluir en agua de la canilla y hacerlos vivir de nuevo.  En el fondo, aunque hoy nadie lo quiera reconocer era el sueño gambetear  la naturaleza en una bolsita de colores. Quienes tenían un pensamiento libre y abierto a nuevas experiencias, que hoy les dirían progresistas, no resistieron la tentación de fabricar sus propios monitos para criarlos en la casa. Significaban, además, una fanfarronada contra la naturaleza, la última que quizás  planteaban al antiguo régimen, pues un nuevo mundo se estaba abriendo  —en el que vivimos ahora— que sobrepasó por lejos esas experiencias infantiles.

Se trató de la más fenomenal estafa colectiva de la historia, que sufrieron los argentinos, en masa. Fue tan escandalosa, que una vez que se descubrió que no nacían monitos por generación espontánea, quienes cayeron en el engaño, ocultaron la vergüenza con un  manto de silencio que todavía dura.

Desde Buenos Aires bajaba una propaganda atroz que, por todos  los medios intentaba hacer que entremos por el aro de las nuevas maneras de reproducirse que se venían en el mundo moderno. Al final no eran tan difícil crear vida, sólo había que tener una pecera en el living, echarle agua de la canilla y a los pocos días, ¡vualá!, aparecían  unos monitos que podríamos criar como si fueran mascotas, cómodos, prácticos, nadando de manera simpática para que no dejáramos de admirarnos de la maravillosa ciencia moderna.

Corría el año 77, poco más o menos. Muchos argentinos creyeron ver ahí, un escape científico a los tiempos retrógrados que se vivían y se lanzaron como locos a  comprar el sobrecito, la pecera  y un purificador de agua que, a guita de ahora saldría unos 10 mil pesos, pongalé. Era plata. Pero el tontaje siempre creyó en todos los espejitos de colores que le vendieron, desde los tiempos del hombre que hacía llover hasta el filipino embarazado. Si se trata de desafiar a Dios, son capaces de matar a la madre, a los hijos, lo que se ponga adelante. La iluminación de un pensamiento impuesto como único y excluyente de todos los demás, les viene nublando el entendimiento desde quizás un poco antes que los monitos nadadores.

Algunos vecinos no se privaron de comprarlos, aún a costa de restringir la salida de los sábados o prescindir del asado de los domingos: diluyeron el sobrecito y aguaitaron uno, dos, tres días, ilusionados, los muy estúpidos. Al cuarto, cuando no habían crecido los monitos y no había señas de que aparecieran, se comenzaron a preocupar. Al octavo día sacaron la pecera del living y la pusieron sobre la mesa de la cocina, al mes, la madre de la familia, que al fin y al cabo sabe cuál es el secreto de la vida, tiró esa agua sucia por el inodoro y no se volvió a hablar nunca más del asunto.

Al costado del camino quedaron cientos de notas pergeñadas  en revistas de Buenos Aires, con testimonios de gente que había visto nadar los simpáticos monitos, un timo que la memoria colectiva intentó borrar en poco tiempo, para  disimular el hecho de que media argentina había sido estafada. Pero nadie denunció a los estafadores, hubiera sido poner en evidencia algo más profundo, más visceral, y es que los compradores del sobre con el polvo mágico, esperaban realmente que sea verdad y que el secreto de la vida fuera, en definitiva, una  cuestión menor, algo explicable por medios mecánicos  y, como tal, susceptible de ser intercambiada en una pecera o suprimida, si venía al caso. De última, pensaban igual que quienes alimentaban las mazmorras del régimen con carne humana (pero explicarlo sería motivo de un razonamiento que otro día podríamos desarrollar, o no).

No tengo la estadística a mano, pero calculo, a ojo de buen cubero, que los clientes de los vendedores de monos eran, en esencia, la misma gente que viene comprando todos los espejitos de colores que vende la televisión de Buenos Aires, no precisamente durante el tiempo que dura el corte de los programas. El único drama es que no nos damos cuenta de que son exactamente los mismos bichitos, pero con distinto olor.

Años después de aquello, algunos creyeron que finalmente era posible eludir las leyes de la naturaleza hablando al vesre, invirtiendo las palabras, haciendo como que son monitos, aunque sepamos que no lo son ni lo serán jamás. Pero en aquel  entonces nadie se imaginaba que había una cortada para llegar antes y mejor a lo mismo. El resultado final es que hoy todos creemos que los “Sea Monkeys” son posibles. Y al que diga que no, lo metemos en cana para que no ande desperdigando por ahí que se trata de una monumental fraude.

El que quiera entender, ya sabe.

©Juan Manuel Aragón         

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