28/03/2020

Opinión

El diccionario inconcluso

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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El diccionario inconcluso

Aunque usted no crea, me encanta leer diccionarios, son libros que tienen sus trampitas también, no vaya a creer, ponen sus embelecos para cazar a los bobos que se les acercan como si fuera que se escriben solos. Hay gente que los analiza línea por línea, les halla defectos, definiciones erróneas, conclusiones que no son válidas, palabras interesadas. No hay una especialidad de “lector de mataburros”, si la hubiera, habría sido el primer inscrito y quizás el abanderado.

A veces tengo la idea de hacer uno, pero me domina por un lado la pereza y por otro, la certeza de que nadie querría leer en Santiago del Estero, un diccionario de autor, digamos. Mi padre escribió durante años, uno sobre astronomía al que tituló “Ad sidera visu”, y ahí están los originales, juntando polillas en un estante de mi biblioteca y seguirán así hasta que me muera y un buen rato más, si mis hijos no los queman o los tiran a la basura.

Alguna vez, hace muchos, pero muuuchos años, comencé a escribir uno.

Bien. Qué es bien, qué es mal. Bien es que un chico cumpla años de noviembre a junio. Los otros meses son mal, porque entonces irá medio atrasado a la escuela, será el más grande del grado, o el más chico si la madre consigue una cuña para inscribirlo antes. Como es sabido, el horóscopo, los signos, determinan la educación de los niños.

Cine. A las ocho y media en punto, el novio pasaba a buscar a la chica, porque a las 9 menos cuarto comenzaba la película y había que venir en el 15, al Petit Palais, al Centro, al Santiago o al popular Renzi. A la salida, el muchacho ya estaba enamorado de Brigitte Bardot o de Olguita Zubarry, mientras se preguntaba por qué el destino le tenía reservada esa chica que llevaba del brazo, a su casa, plena medianoche de Santiago. El 15 también volvía repleto.

Creacionismo. A quienes creen en Dios, los tratan como si fueran los seguidores de una religión extraña, cuando fueron los primeros en preguntarse sobre el origen de lo que existe, lo que es, lo que será y lo que jamás podrá tener existencia visible o invisible. La doctrina del evolucionismo también tiene sus fieles creyentes, su catecismo, sus dogmas, sus milagros y si nos descuidamos, hasta sus propias misas y un único dios. Pero no los criticamos. No es lo nuestro.

Extranjeros. Son los otros, los que no son como los de aquí. Hace mucho que la mayoría dejó de ser rubia y blanca. Ahora son más como era la Argentina antes de la corriente aluvional del Atlántico: vienen del otro lado de los cerros de Jujuy, del Gran Chaco. Y por supuesto que son bienvenidos. En poco tiempo más, serán tan argentinos como el che vos vení. Algunos bolivianos, paraguayos, peruanos, chilenos, uruguayos, brasileños, ya eran más argentinos que nosotros antes de llegar aquí.

Galápago. El nombre de un apero de los españoles pasó a significar una tortuga, una isla, un mar, una cultura. En el tiempo que la humanidad lleva de creencias absurdas, jamás un mineral se convirtió en triste ameba. Ni lo conseguirá jamás, por más que pasen los siglos de los siglos. Uno a cero, gana la Biblia. Pero a quién le importa.

©Juan Manuel Aragón         

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