05/04/2020

Opinión

Éramos jóvenes, sólo que no lo sabíamos

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Éramos jóvenes, sólo que no lo sabíamos

Éramos jóvenes y algunos de nosotros no queríamos ser iguales al resto. Tal vez eso fuera lo que nos hacía iguales a cientos de miles de muchachos y chicas buscando algo distinto. Leíamos. Creíamos que los libros nos diferenciaban. Queríamos que nos cambiaran la cabeza, el modo de ver la religión, el mundo, la vida, el amor, el trabajo, los amigos. La cabeza.

Pretendíamos ser mejores, no como una competencia contra el vecino sino mejores que nosotros mismos. Sabíamos, como decían algunos mayores, que se podía ser un auténtico canalla, pero igualmente buscábamos la autenticidad en lo que hacíamos. Y esa búsqueda nos diferenciaba de ellos, que estaban siendo otra cosa que lo que verdaderamente eran. Quizás nos parecíamos, pero no nos gustaban los mayores, su porte, sus maneras repetidas de hablarnos, con suficiencia, como si se las hubieran sabido todas. Desde allá arriba. Momias vivas.

Al final del viaje seríamos iguales que ellos. Porque todo recipiente que no se llena con un líquido, se repleta con otro. No con la misma infusión ni de la misma forma, pero finalmente quedan todos los vasos llenos. No hay vacíos en la sociedad más que los temporarios. Sólo espacios que quedan vacantes por un tiempo. Luego se vuelve a la normalidad. Entendida, la normalidad digo, al menos para este artículo, como la estabilidad de lo que era, lo que sigue siendo y lo que será.

Lo dicho, éramos jóvenes, pero pasados los 18 años, asumimos al instante nuestra adultez. Hubiéramos cacheteado a quien nos llamara “chicos”, porque no lo éramos. Además los mayores lo usaban para insultarnos.

Todo cambió.

Coda. Un día de otros días hace pocos años, me ensimismé en la lectura de una novela de Arturo Pérez Reverte, durante unas pocas horas. Hacía frío, lloviznaba, por la ventana entraba una luz clara y el brasero cercano entregaba tibieza al alma. Desperté de espadachines medievales, Carlos III, jubones e imaginarias luchas al oir a uno que me señaló: “Hace tres horas que está así, ¿qué le pasa?”. Ahora sé que el mundo había dado varias vueltas y no me había percatado.

©Juan Manuel Aragón                   

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