03/08/2020

Opinión

Un talibán prepara su ametralladora para seguir peleando

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Un talibán prepara su ametralladora para seguir peleando

La nota se entrelaza al principio con el significado de una palabra tal vez muy conocida, pero cuyo origen es ignorado. Pakistán es también una sigla de las primeras letras de las cinco regiones del norte de la India británica. A saber Punyab, Afgania, Kachemira, Sind, más el agregado de las últimas letras de Baluchistán y la letra “i” para volverlo eufónico. Fue acuñado en 1933 por el activista Choudhry Rahmat Ali, publicado en su folleto “Ahora o nunca”, usándolo como acrónimo separatista. La frase que da origen al nombre en su forma moderna es “treinta millones de hermanos musulmanes viven en Pakstan”. Obsérvese bien, no tiene la “i” intercalada.

Si se lo estudia etimológicamente Pakistán quiere decir “tierra de los puros” en urdu y persa, idiomas viejos cuando en Europa andaban todavía con arcos y flechas o lanzándose piedras. “Pak” es “puro” en persa y pastún. Mientras el sufijo ”stān”, también persa, es “lugar".

Se debe seguir contando, en el tercer párrafo, la parte central del artículo, adónde va el asunto, cuál es el quid de la cuestión. Y es el siguiente. Los occidentales tienen una clara idea del significado de un país, sus fronteras, la bandera, el idioma, los signos característicos, la escuela, su gente. Hay una concepción matemática establecida para establecer dónde termina el extranjero y empieza lo propio, lo de uno. Es una casa con sus paredes medianeras estáticas, permanentes y generalmente respetadas, de un lado y del otro.

Luego viene una aparente digresión. Cuando se repartieron el mundo, los europeos se adjudicaron partes del Asia y del África que en ese momento no se reconocían como países determinados. Inglaterra, Francia, Alemania e Italia en menor medida, dijeron “hasta aquí llega mi dominio y más allá comienza el de mi vecino”. Pero andaban lejos de sus capitales, casi siempre extrayendo sus riquezas de manera feroz, sin mezclarse con los nativos, por lo cual desconocían adrede que en esos lugares subyacía una historia anterior a su llegada.

Embalado en la cuestión, se debe seguir contando la idea del comentario. Cuando se marcharon los europeos dijeron: “Esto es Etiopía, aquello es Irán, para el lado de allá es Rodesia”, y así. Los otros todavía no se habían tomado el buque del todo y ya andaban a los balazos, intentando solucionar viejas y nunca olvidadas rencillas. Sin ir más lejos, como la de la India y Pakistán, divididos para no seguir matándose a golpes, casi siempre por asuntos de religión, entre otras cuestiones.

Para ir redondeando. De vez en cuando las grandes potencias envían “misiones humanitarias” (sic), a dar una ayuda a los pobres de esos países que destruyeron con su sistema de colonialismo impiadoso y criminal. Más o menos como primero robar el enorme tesoro de un banco, al tiempo arrepentirse y devolver tres monedas de diez centavos. Entonces son recibidos por sus gobernantes, agradecidos por la gran ayuda de la vieja metrópoli.

Final con olor a pólvora. Quizás en una montaña de la vieja Afgania, un talibán prepara su alma para seguir peleando por su nación. Mañana saldrá en una misión en que va a dejar su vida. Antes de la explosión de la granada en el mercado repleto de infieles, quizás resuene su desesperado grito: “¡Alá akbar!”.

Sentado delante de las teclas de la computadora, piensas en esta nueva jornada, pasada con otro pensamiento que salió afuera. Uno de estos días, cuando acabes del todo, quizás alguien recuerde tu porfía con la misma idea, pero con las palabras dispuestas en otro orden.

Dios es grande.

Juan Manuel Aragón                   

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