26/09/2020

Opinión

El corte de pelo, costumbre que relega a los héroes

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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El corte de pelo, costumbre que relega a los héroes

Hasta no hace mucho, el pelo de los hombres era cuestión heroica, mire usted. Durante la Segunda Guerra Mundial, se puso de moda bien corto, los jóvenes imitaban a soldados de uno u otro bando. El mundo ya sabía cómo evitar molestos piojos, el pelo corto solucionaba ese problema en las tropas de este y aquel lado de la contienda.

Después, durante la década del 60, una acción en particular atrajo la atención del mundo. Un grupo de hombres libraba una romántica guerra de guerrillas contra un dictador típico de esta parte de América: Fulgencio Batista. Aquellos guerrilleros, encabezados por Fidel Castro y Ernesto Guevara, el Che, con escasos recursos, no tendrían dinero para andar pagando peluqueros. En el monte cubano les crecieron la barba y el pelo. Luego, hubo unas cuantas fotografías afortunadas y cundió esta otra moda.

Muchos padres, madres, abuelos, se enfurecían cuando los hijos se negaban a pasar por la peluquería: eran dos estéticas diferentes. Cuando, por alguna razón, el servicio militar obligatorio, un joven se cortaba el pelo, era típico oir a las madres diciendo “¿ves? ahora pareces gente”. Pero uno y otro estaban inspirados en modelos heroicos.

Las estrellas del cielo se movían en forma distinta en ese tiempo. La juventud del siglo pasado, tenía en claro a quiénes admiraba: de Audie Murphy a Otto Skorzeny, pasando por Erwin Rommel y Lord Mountbatten, defensor de las temidas unidades de comandos británicas, especialistas en el ataque tras las líneas enemigas y el sabotaje.

A fines de la agitada década del 60, el mundo admiró también a un general israelí, Moshé Dayán, quien en solamente seis días hizo sonar a la República Árabe Unida, como se llamaba Egipto, Jordania, Irak y Siria: a todos juntos y en menos de una semana. Hasta hoy a los árabes les dura el susto, no volvieron a enfrentar al estado judío en guerra abierta. A los chicos les impresionaba su parche en el ojo y la pinta de tío bueno y varios, en todo el mundo, querían parecerse.

De repente el cosmos cambió, hubo un giro para el otro lado. La juventud empezó a admirar las modas de artistas y funámbulos, muchos de ellos confesos depravados, abusadores de mujeres, gente de alma retorcida y, gracias a su talento, enormemente ricos. Hasta ese momento alguien con inclinaciones artísticas, estaba condenado a la pobreza. Muy pocos se hacían ricos cantando, pintando cuadros, escribiendo poesías, actuando. Era una vida sacrificada.

Al parecer el universo del dinero empezó a mover con fuerza a la industria del espectáculo. Los viejos peluqueros, si quieren hacer cortes actuales aprenden viendo a esas estrellas fulgurantes de la televisión. Lo más difícil es ponerse al tanto de las nuevas estéticas, con cejas depiladas, la “Cero” marcando dibujos extraños, teñidos y mezcla de colores estridentes en la testa de varones, pidiendo cosas cada vez más extravagantes.

La última moda es también la depilación extrema de los genitales de mujeres y hombres, más el uso y abuso de tatuajes y aros, despreciando de esa manera cualquier imitación de un ideal parecido al héroe. Si se le suman las mujeres tomando bebidas espirituosas como cosacos, se podría llegar a otra penosa conclusión: ni las mujeres quieren parecer mujeres ni los hombres, hombres, sino una especie de raza superior, andrógina, indiferenciada y antiestética por designio propio.

Llegados a este punto del escrito se debe estar consciente de las presuntas acusaciones por llegar al autor de la nota (o sea uno). La más terrible podría ser viejo choto, personaje anticuado, antifeminista y merecedor de la condena social más brutal y para siempre jamás.

Si eso nomás dirán del escrito, estoy feliz, el insulto es el argumento para los escasos de ideas.

Hasta mañana.

Juan Manuel Aragón                   

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