01/11/2020

Opinión

A veces una nota está a punto de salir en blanco

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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A veces una nota está a punto de salir en blanco

Para usted hoy es hoy, para mí es ayer, porque fue ayer cuando escribí esta nota. Es la tardecita, estoy en casa frente a la computadora, la hoja en blanco y la mente divagando por miles de lugares y siempre llego a la misma conclusión: “Eso ya lo escribí”. Son las seis de la tarde.

Si se fija bien, arriba de todo dice “Opinión”, así nadie se confunde. No es una nota informativa de algo, tampoco una editorial, menos una miscelánea. La consigna es entonces, opinar de algo, de cualquier cosa, siempre de manera razonada y con algo de enjundia (no sé qué quiere decir “enjundia”, pero queda regio en una nota para darse dique de culto o algo).

¿Ha visto que a los opinólogos de la tele de Buenos Aires, les dicen “política atómica de la Unión Soviética”, “color de la bombacha de la Moria”, “perros callejeros en el conurbano”, “ética política de los hombres públicos de las Guayanas” y siempre se pelean para decir algo, todos saben una barbaridad de cualquier asunto?

Bueno, yo no.

Mis conocimientos son infinitamente más modestos. Además no tengo para tirar un tema sobre la mesa, aunque sea para guglearlo, leer un poco, formarse una idea y largar una opinión. Solamente la computadora y la pantalla en blanco, letra Calibri, cuerpo 11 y cerca de 500 palabras para cerrar la nota. Son las siete, la tarde sigue andando.

Retomo el escrito, he llegado a las nueve de la noche, ¡y nada! Desde hace más de una hora está prohibido circular por las calles de Santiago del Estero. Sentado frente al escritorio, oigo una lejana sirena de la ambulancia, quizás con un enfermo de coronavirus rumbo al hospital o, vaya uno a saber. La patrona ha puesto a funcionar el lavarropas, los hijos juegan a algo en el living, la pava del mate se enfría y sigo escribiendo, no tengo otra, de algo hay que vivir. Las nueve y cuarto.

Cualquiera diría: se queja de lleno, es un trabajo fácil. La verdad, no estoy desconforme, pero opinar un día, dos, tres, cinco, un año, veintiún años, de lunes a lunes, se la regalo. Sin repetir ni una sola. Con una piedra en la espalda, trepar la montaña, entregando algo del alma en cada nota, llegar hasta arriba, mirar el mundo desde la altura, con la nota terminada, irse a dormir satisfecho, abrir la página al otro día, sabiendo que al ratito nomás se debe empezar a pensar en la del día siguiente. Y así, un día tras otro, tras otro, tras otro.

Sábado a la noche, de nuevo solo frente a la pantalla, la familia ha pedido pizza para la cena, son las once y pico y se han ido a dormir. La idea salvadora sigue sin llegar. ¿Y si escribo algo sobre la bicicleta?, no, ya he juzgado todo lo que tenía para decir. ¿Caballos?, también, ¿perros?, uf, desde el Lobito hasta el Tarzán, pasando por el Kaiser, no me queda un ladrido para considerar. ¿Una tarde en el campo?, ya he contado cientos, ¿y cuando quise ser aviador?, está consignado, ¿mujeres?, no puedo (mejor dicho no me dejan), ¿sombreros?, puede ser, pero ¿qué tengo para decir?, nada.

Vuelvo a la máquina luego de ver algo en la televisión, tenía una idea pero se me escapó antes de sentarme, la pucha. Debería usar una libreta para anotar mis ocurrencias y no olvidarlas. Es cerca de la medianoche, la angustia me carcome. ¿Qué le digo al jefe?, ¿busque algo en internet y agregue mi firma? Se va a enojar. “Escribí algo, para eso te pago”, me va a apurar.

Y aquí estoy, algo va a salir, la hoja no saldrá en blanco.

Me voy a dormir. Mañana será otro día.

Juan Manuel Aragón                   

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