07/07/2020

Opinión

Feliciano Barros, experto en los valles calchaquíes, sale en la televisión

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Feliciano Barros, experto en los valles calchaquíes, sale en la televisión

Apenas comienza a hablar, una de las prostitutas del programa lo interrumpe para preguntarle si eran indios sexualmente potentes o más bien indolentes en ese sentido. Le vienen a la mente dos opciones: a) manda a la trabajadora sexual a la puta madre que la recontra mil parió o b), acude mentalmente a lo que ha estudiado sobre el asunto y responde algo para salir del paso.

El periodista le avisó que lo querían entrevistar porque los diaguitas se habían puesto de moda. “¿Los diaguitas?”, preguntó, porque nunca miraba televisión. “Sí, porque al parecer hay uno que ha dicho que los argentinos descendemos de los diaguitas, venimos todos de ahí, somos todos consumidores de cacharros igual que ellos”. Le han pedido que aclare algo de lo que anda circulando en los medios en los últimos tiempos, claro, nada central como el tema del dólar, la deuda externa, pero se está hablando de eso y la audiencia querría saber.

Elige responderle a la mujer pero apenas abre la boca para balbucear algo, ella retruca: “No puedo creer que no usaran juguetes, aunque sea de barro, para satisfacerse sexualmente”. De nuevo cavila entre las dos opciones y está pensando en qué responder, cuando sorpresivamente uno de los prostitutos del programa también opina: “No sé dónde he leído que los indios organizaban unas orgías maravillosas”.

Luego de recibirse en el instituto Lillo, se convirtió en un experto en todo lo referente a los valles calchaquíes, se pasó la vida investigando, viajando de aquí para allá, leyendo todo lo que se publicó sobre ellos, hizo excavaciones, acudió a archivos y repositorios de la Argentina y el extranjero, descubrió objetos reveladores, hizo extenuantes expediciones, en fin. Si hay alguien en el país que los recorrió a pie, de a caballo, en auto o motocicleta, en helicópteros, es él. Conoce como las líneas de la palma de la mano cada cerro, valle, camino, senda, quebrada, familias de ahora y de antes, conflictos, fiestas populares, enfermedades más comunes. Y ahí está, confrontando sus conocimientos, por primera vez en su vida, con un programa de televisión de Buenos Aires.

Cuando lo presentaron, le dijeron “Felipe Barrios”, entre la voz del presentador que no se callaba, alcanza a colar “Feliciano Barros… Barros, mi nombre es Feliciano Barros”. El otro dice “ah, sí bueno, Feliciano, encantado, aquí en el programa estamos debatiendo sobre las culturas antiguas, díganos usted como experto, qué opina sobre el problema de los pueblos originarios de la Argentina”. Feliciano empieza a explicar que según las regiones hay problemas de diversa índole, que no todos deberían ser metidos en una misma bolsa: “Sin ir más lejos, aquí en el norte muchos tenemos la piel cobriza y el cabello negro…”, alcanza a decir.

Pero en el estudio de televisión están pendientes de la prostituta, que ahora da una clase de cómo podrían fabricarse diversos objetos sexuales de barro, de caña, incluso con pelo de cabras, ovejas, cuando alguien le objeta que no se conocían esos animales en América antes de los españoles, ella afloja. “Bueno, con pelo de llama, de perros, qué se yo, de ñandúes”, sigue su perorata.

En el cartel que ponen en la parte de debajo de la pantalla aparece: “Investigador revela travesuras sexuales de diaguitas”, medio país está pendiente de Feliciano que, lo único que hace durante gran parte del programa es pestañear de vez en cuando para que los espectadores sepan que está en vivo, que no es una foto. El conductor se refriega las manos con satisfacción, por la cucaracha le avisan que el tema garpa, el rating sube medio punto, tres panelistas que están en las gateras levantan las manos, también quieren debatir y los teléfonos del canal suenan todos al mismo tiempo, están al rojo vivo.

Desde el móvil, Feliciano pide que le den la palabra pero, del otro lado están embalados. Hablan del derecho de los indios a tener una vida sexual activa y que los investigadores accedan libremente a esa información. Un periodista de varios medios escritos larga: “En pleno siglo XXI no puede ser que los indios diaguitas, originarios de Santa Fe, se les haya prohibido la cópula sexual en tiempos de la colonia”. En medio del pandemónium de voces, Feliciano atina a aclarar: “Los diaguitas no eran de Santa Fe”. Pero el otro, sobre el pucho le responde: “Usted no es quién para venir a discutir de dónde son los diaguitas, además yo siento que eran de mi provincia, porque los amábamos en la escuela”. Grandes aplausos en el estudio, regocijo general.

El cartel de abajo del televisor ahora dice bien grande: “Violento debate sobre los diaguitas” y abajo, en letras más chicas, aclara: “Investigador niega que les gustara hacer el amor”. El investigador no lo ha visto, pero un colega sí y lo llama por celular para advertirle, pero luego de mirar su teléfono, no responde, está nervioso. Supone que la situación se le ha escapado un poco de las manos.

En Buenos Aires la discusión ahora es sobre la falta de dinero del Estado para financiar estudios serios sobre el pasado. Feliciano empieza a aclarar que sí no hubiera tenido subvenciones, no habría podido encarar sus investigaciones. La prostituta vuelve a la carga y le consulta cuánta plata le dieron. Responde: “Eh, no, sé, ¡jejejé!, quizás 100, 200 mil pesos”. Ella opina: “Eso es lo que pasa, estos se venden por monedas”. El cartelito ahora dice: “Los investigadores de la Argentina aceptan cobrar en negro” y más abajo, en letras chicas: “La ciencia argentina atraviesa una profunda crisis financiera y los científicos desean ser millonarios”.

A esa altura está algo mareado. El celular, al que puso en silencio vibra desde hace rato, con desesperación. Oye que en el programa, en Buenos Aires, le están dando con un caño al Estado nacional porque no apoya la ciencia, uno de los periodistas lo trata de “pobre tipo vestido con harapos”, otro defiende al gobierno sosteniendo que “han ido a buscar la opinión de uno que quién sabe si será investigador”.

Cansado, busca los ojos del periodista que lo entrevistó con el camión de exteriores, pero el porteño, muy amable, le dice en voz baja que aguante, ya le van a dar el pase. Pero las discusiones se fueron para otro lado. Están hablando de una especie de plan “Marshall” para arreglar la economía de la Argentina. De repente el conductor se acuerda, pide silencio, después de cinco minutos, cuando se acallan las voces en el estudio indica: “Vamos a despedir aquí a Felipe Barrios, que…”. De vuelta lo interrumpe: “Disculpe, mi nombre es Feliciano Barros y quería aclararle que…”. Siente que del otro lado dicen: “Vamos a un corte”.

Y se queda mirando al del camión, sin saber qué decir.

El del camión levanta los dedos pulgares y le avisa: “Estuvo perfecto”.

En el camino, cuando está volviendo a su casa, la esposa le manda un mensaje: “Te hablaron de rectoría de la Universidad”. “¿No sabes qué querrán?”, le consulta. “No”, dice ella seca, cortante. Pero él se sonríe: “Seguramente es para felicitarme”, piensa.

No sabe la que le espera.

Juan Manuel Aragón                   

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