Opinión
¿Y si venís y me lo decís en la cara?
Parece que es verdad nomás lo que decía una especialista el otro día por la tele: la falta de contacto físico con el otro, reducido a un mero nombre en una pantalla, provoca que cualquiera lo insulte como se le dé la regalada gana, total está lejos, no me vé, jamás me lo voy a cruzar por la calle, no me conoce, no existo para él, nunca nos veremos las caras.
Si cualquiera publica algo que no me gusta, al toque lo injurio, lo agravio, le pego una cachetada donde más le duele, por escrito, por supuesto: “Suena a conservador, a tipo con una pipa escribiendo desde un viejo sillón”, me ha dicho uno, desde su telefonito o su computadora. Sabe que si me lo dice personalmente, le reviento la huma de un seco, pero a la distancia, insulta, como muchos otros. Qué le cuesta, nada. Mejor dicho, con 75 golpes de teclas ha ofendido a alguien, según cree, de manera impune.
Entre otros problemas de las redes de internet, habría que anotar el hecho de que al haber reemplazado la conversación mano a mano, convirtió en ofensores seriales a muchos que, en persona, no osarían ni siquiera levantar la voz para conversar. Pero no es que no levantarían la voz por miedo sino simplemente porque así lo indican las reglas de la urbanidad que, entre otras, han convertido, a través de los milenios, la barbarie elemental de la vida de los hombres en la naturaleza, en la civilización que hoy gozamos.
Por otra parte todavía hay gente que sostiene la contradicción siguiente: “Tengo mi pensamiento pero respeto el tuyo”. No papito, no es así. Para empezar respetar es venerar, reverenciar, postrarse, acatar. Si acabas de decirme que no piensas igual, es porque no respetas lo que digo, y está muy bien. Lo único que pretendo es que me respetes a mí, a pesar de que, literalmente, te harías la caca sobre mis ideas.
Si respeto tu pensamiento y vos el de tu vecino y tu vecino el del otro y así hasta llegar al último de los chinos, perdido en el mapa de la Gran Muralla, tendríamos lo que se llama pensamiento único. De lo que se trata es de respetarnos entre nosotros, luego podemos discutir lo que opinan los demás y seguir siendo amigos, hermanos, compadres, esposos, conocidos, vecinos, lo que sea.
Antiguamente, es decir hace 15 ó 20 años, solíamos ser amigos de los que pensaban distinto. Ahora, con el afán de etiquetar al prójimo con algunos de los rótulos en boga, hemos perdido hasta el saludable hábito de discutir, debatir, confrontar ideas sin caer en el insulto vano, el agravio liviano, la injuria indecorosa.
Por eso, de manera civilizada, tranquila, reposada y suave , repito: Llego a encontrar personalmente a ese que me ha insultado por Feibu y le reviento el alma a patadas.
Es blanco de oportunidad.
Está notificado.
Firmo al pie, por las dudas.
©Juan Manuel Aragón
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