La fugaz belleza, olvido permanente de la vida

Primero es un leve capullo palpitante y tímido. Con los días empieza a crecer lentamente, la vas viendo formarse, mientras adquiere su personalidad definitiva. Absorbe el aire de la mañana y toma fuerzas para seguir desarrollándose. Pasada la infancia, conquista triunfante el color y la forma definitiva de lo que será para siempre.

Un día vas a su casa y la ves resplandeciente, distinta a todo cuanto la rodea. No hay nada más armonioso engalanando las tardes de mate con malvones: ni la trepadora sagitaria ni la dual paleta de pintor ni la retrasada penca xerófila de la macetita lejana. Es la niña de tus ojos, más en este triste agosto, con la esperanza puesta a la vuelta de la esquina del Año Nuevo, sin que nadie lo afirme con seguridad.

De tan fugaz, su hermosura es casi un olvido permanente, un parpadeo mínimo en la eternidad de lo que un día dejará de ser. Sin embargo persistirá en su estar siendo la más colorida del humilde pero cuidado jardín del corazón de manzana que habitas.

Luego el tiempo irá haciendo su trabajo en forma responsable, lo que hoy es mañana no será y al día siguiente se transformará en un recuerdo de la nada, sombra de sombras de un breve susto, estampado tras los pliegues de todos los recuerdos que son y los que serán.

Cuando sus hojas pierdan definitivamente la pátina colorada, caerán y se harán tierra fértil. Luego la lluvia hará su tarea y hasta es posible que con el tiempo ascienda de nuevo, verde savia, hacia la luz del sol. La rosa rococó de mi pobre patio, ese día será nuevamente color, tono, matices y la vibración del amor abriendo sus alas mágicas.

Ella ligera inflexión de la voluntad de Dios, que por otro nombre llamamos vida, es también porción fundamental, primera causa de la existencia del hombre.

La mujer.

Juan Manuel Aragón                   

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