En algunos casos la historia podría tener más de una versión

No me ahorqué. Nunca quise matarme, es más, con tanto dinero era tonto hacerlo. El invento del árbol y la cuerda les convenía para cerrar la historia con una moraleja. Pero no lo hice, compruébelo, amigo, sigo vivito y coleando. Disfrutando a lo grande de ese dinerillo. Mejoré la forma de vestir, disimulé mi aspecto y me vine tan lejos como pude. No iba a ser tan tonto como para seguir viviendo en ese pueblo. Me dediqué a las mujeres, el vino, el juego. Nadie me ha molestado nunca.

No me arrepentí. Cómo me voy a arrepentir si gracias a eso tengo esta casa, esas higueras, ese viñedo, aquella majada de ovejas, la bodega, mi lecho. Además, las mujeres de la servidumbre y mis esclavos, no dejan lugar para el arrepentimiento. Después de ese golpe de suerte, me dedico a vivir en la opulencia.

¿Me desprecian? No me importa. Envidian mi posición: desde el respeto de las autoridades hasta el saludo siempre amable de los vecinos. Y el amor de bellas muchachas. Les pago, ciertamente. Pero, ¿quién dice no pagar el amor, si alimenta a su mujer y su prole todos los días?

No sé dónde ni cómo cuentan aquella anécdota, no me interesa. Es cierto, en noches de pesadilla se me aparece el rostro de esa persona nombrada con tanta reverencia, pero, ¡oiga!, murió como cualquier otro. Esa historia no ocurrió como la recuerdan muchos, algún día se sabrá la verdad. Pero, si para usted sucedieron de una manera, quién soy para desmentirlo.

¿Cómo saben cuánto dinero me dieron?, ¿acaso estaban ahí para contarlo?, no mientan, no lloré al devolver las monedas pues no las devolví. ¿Me dieron treinta monedas de plata por señalar a aquel hombre a los soldados?, ¿está seguro?, ¿entonces por qué lo repite?

Sí, mi nombre es Judas Iscariote, ¿por qué?

Juan Manuel Aragón

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