07/10/2017

Culturas

Vivos, juntos y paranoicos

El sábado 16 de septiembre Los Ratones Paranoicos se reunieron para tocar en el Hipódromo de Palermo tras una separación de seis años que, vista desde cierta perspectiva, podría ser leída como el tiempo que Juanse necesitó para terminar de conciliar la parte más importante de su extensa carrera con su nuevo estado espiritual. El acontecimiento fue además de una gran oportunidad en el contexto de una escena rock local casi huérfana, en la que las nuevas agrupaciones parecen despreocupadas por la calidad en nombre de una complaciente masividad. Un show de gran profesionialismo y alto nivel estético para ratificar su condición de clásicos que gozan de excelente salud.
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Una noche no hace mal. Ratones Paranoicos en el Hipódromo de Palermo.

Enviado EspecialI Clásico es el que, pasado el tiempo de su producción y de su mayor actualidad y vigencia, puede sacar a relucir en cualquier otro momento sus altas prestaciones, iguales o aun superiores a las de sus competidores de ocasión. Por eso, un clásico no es revisitado por motivos de nostalgia u homenaje sino para oír lo que de nuevo tiene para decir en cada nueva y diversa circunstancia.


Un clásico de esa estirpe es el que Juanse y compañía sacaron a la calle tras unos seis años de distanciamiento y ausencia el sábado 16 de septiembre en el Hipódromo de Palermo de Buenos Aires, en el marco del Isenbeck Rock And Chopp, festival que ofreció todo lo necesario para sostener un show de primer nivel, con las características de los conciertos de rock que cuentan con el auspicio de grandes firmas y un alto grado de organización.


El regreso de los Ratones deja alta la vara a las agrupaciones más recientes, que en una mayoría de casos -dejamos de lado los circuitos alternativos y la escena indie- gozan de una repentina masividad reñida con parámetros medianamente razonables de calidad y originalidad. Para el público stone implicó el reencuentro con un significante que todavía hoy fundamenta una parte importante de su identidad cultural; para la banda, además de la (presunta) "despedida que nunca tuvo", según justificó meses atrás su actual manager Fernando Szereszevsky, podría redundar en una puesta en orden y equilibrio de trayectorias, relaciones humanas y posicionamientos en el campo artístico tras el repentino anuncio de la separación en 2011, precedida de anteriores momentos de crisis -como el que estuvo a punto de ocasionar el cisma en el 2000- y de cambios, como el retorno de Pablo Memi para el último disco Ratones Paranoicos (2009) y sus posteriores presentaciones, expresiones todas de la intempestuosidad que en algunos momentos atravesó a la formación.


En el caso del propio Juanse, tras un proceso de conversión a un profundo sentimiento católico -que hoy vive como un estado de fe permanente-, desenvuelto en este último lustro a partir de una serie de vivencias que condujeron a cambios importantes en su pensamiento y estilo de vida, a la vez ocupado en distintos proyectos -Las Fieras Lunáticas, el disco homenaje a Pappo y varios trabajos solistas, además de giras por Buenos Aires y el interior del país-, no sería arriesgado postular que ha alcanzado la síntesis entre el credo artístico y el religioso, que alcanza su forma más acabada en lo que podríamos llamar la prédica a través de la música, ya practicada en sus shows solistas y afianzada sin fisuras en la reciente reunión.


Las contradicciones no existen y las imágenes de Cristo y los planteos en torno a la idea de un Dios han rondado desde siempre incluso en los más heréticos escenarios del rock. En el caso de la agrupación formada en Buenos Aires a comienzos de la década de 1980, esto podría ser valorado desde la certidumbre de que nada volverá a ser como antes, o bien de que los nuevos aires eran imprescindibles para arrojar luz sobre un peregrinaje que no parecía encontrar otra salida.


La imagen puede contener: una o varias personas, personas en el escenario, concierto y noche


Los Ratones visitaron Tucumán por última vez en el año 2008, cuando tocaron en el club Central Córdoba junto a la banda Árbol. Un año antes habían participado de un festival más grande en el mismo lugar, compartiendo grilla con Los Piojos y Las Pelotas. Por su parte, Juanse ofreció un gran show gratuito en Yerba Buena con Las Fieras Lunáticas en 2016, auspiciado por Movistar. Entrevistado por El Diario 24 en la previa a esa presentación, el músico se refirió a la elaboración del disco tributo a Norberto Napolitano y recordó su trabajo y su amistad con las más destacadas figuras que ha dado la escena rock en nuestro país. Al preguntarle en aquella ocasión cómo hacía para condensar tanta historia junta en su nuevo grupo, respondió: “Para mi es algo muy simple, porque yo trabajé con todos, y con el que más trabajé fue con Pappo, pero también trabajé con Luis, con Charly, con Fito, con Andrés. Eso te hace simple porque uno lo siente", afirmó sin vanidad, cuando la reunión de este año todavía parecía muy lejana.


Por otra parte, al preguntarle si desde la perspectiva de su nuevo estado de fe veía antecedentes de la conversión ya en la larga vida de su anterior banda, respondió afirmativamente con seguridad y vehemencia: "Hay que revisar el material, escuchen el primer disco de Ratones, ahí está Primavera Nacional”, sostuvo convencido el músico, para quien "Dios está ahora en primer lugar".


Cerca de las 21 del pasado sábado 16 las luces del escenario del Hipódromo se apagaron y el que hasta ese momento calmado público empezó a sentir que la larga espera comenzaba a ser recompensada. Un enérgico juego de tambores se imponía por sobre el canto de “¡Vamos los Ratoo…!” y acompañaba al creciente efecto envolvente de la pantalla gigante al fondo del escenario que, dividida en cuatro al mejor estilo Rolling Stones, pasaba a un ritmo vertiginoso imágenes de las diferentes épocas de los cuatro integrantes, mientras estos en persona subían y se ordenaban para llegar el clímax de la satisfacción que liberó todas las energías con los primeros acordes de Ceremonia.


Un show llevado con gran profesionalismo  de principio a fin, plagado de clásicos incluidas algunas joyas como Ciervo Motor, El Reflejo y La Calavera, con una puesta escenográfica impecable y un vestuario de lujo, sin un solo problema técnico y con músicos inspirados y en plena forma, fue la recompensa a la lealtad del público paranoico, mayoritariamente integrado por mayores de 30.


Sucia Estrella, Sucio gas y Una noche no hace mal, esta última tomada como lema del retorno, fueron los temas que siguieron en la fresca y agradable noche porteña; allí nomás Juanse, de pocas palabras pero las justas y necesarias, avisó: “Vamos a ir mechando, estamos en el Siglo XXI”, abriendo las puertas a la posibilidad de un concierto extenso con cortes de todas las épocas, incluyendo los más recientes como No llores, del ya mencionado último disco. El Líder se deshizo en agradecimientos y mostró un estado musical y físico impecable, sostenido sin duda por estos años de kilometraje solista y un nada despreciable cambio de hábitos.


La formación original subió acompañada por el tecladista Germán Wiedemer, un conjunto de vientos para aportar mayor riqueza sonora aún y recrear con fidelidad versiones como las de Carolina y El Centauro, y un excelente trío de coristas encabezados por Gori, guitarrista de la otra banda de rock and roll de Juanse.


De esa logradísima conjunción resultaron piezas a la altura de un disco en vivo –y de hecho hubo ecos de Vivo Paranoico (2000)-, como La Nave, Líder, Damas Negras, Banda de Rock and Roll, El Vampiro, Colocado Voy, Rock del Pedazo, Juana de Arco, Rainbow, Sigue Girando. Fueron unas 32 canciones en casi tres horas de un show sin cortes y con la ambigua promesa de un retorno. “Una noche más, muchas menos tampoco”, jugó con el lenguaje paradojal Juanse como suele hacer habitualmente, mientras que sobre el final lanzó "No nos vamos a despedir, pero vamos a tocar el último tema", antes de Yo te amo, en realidad penúltima en la lista.


La imagen puede contener: una o varias personas, noche y concierto


Sarcófago hizo el aporte más importante a esa remembranza cuando al promediar el recital tuvo su momento estelar con el imprescindible Vodka Doble, a más de demostrar durante todo su desempeño que sigue siendo pilar irreemplazable del más genuino sonido ratón.


Roy Quiroga descolló a su vez con el famoso solo de batería intercalado en Boggie, esta vez más arrollador que nunca y con el escenario y los aplausos todos para él.


Memi, fiel a su estilo discreto y elegante, sostuvo un acompañamiento pleno de arreglos y autocitasy demostró una gran afinidad musical y afectiva con sus compañeros en escena. Incluso cuando el sobreviviente Juanse invitó a subir al único invitado de la noche, Fabián Zorrito Von Quintiero, el otro bajista histórico de Los Ratones, a quien presentó como el músico que llegó para insuflarle nuevas energías al grupo cuando estaba a punto de disolverse, y quien acompañó en teclados durante un buen rato.


La experiencia religiosa del músico se filtra en los gestos -se persigna varias veces durante la noche-, en algunas imágenes proyectadas en la pantalla y sobre todo en las canciones, que van sufriendo pequeñas modificaciones en sus letras, como la ya conocida 'yo tengo religión, no tengo ansiedad', o bien están íntegramente concebidas  como una alabanza a Dios, tal el nuevo corte mencionado recién, Yo te amo, que en una de sus estrofas reza "Yo te amo/ y lo sabés bien/ te llevo en mi pecho/ para siempre, también" -la cruz que lleva colgada a todas partes ya es un signo distintivo en él-, y que, por otro lado, revela la buena predisposición del resto de la banda para con el derrotero de su histórico front man.


Casi nunca explícito en sus posicionamientos ideológicos, a la vez bastante claros,  Juanse se hizo eco sutilmente del reclamo social por la aparición de Santiago Maldonado sin mencionarlo, al modificar un pasaje de la letra de Destruida Roll: 'En el camino la dejaron sin nada/Gendarmería, y aquel estúpido amor'. Al término del show también pudo escucharse algún otro grito surgido desde el público reclamando por el artesano víctima de una desaparición forzada a manos de esa fuerza de seguridad.


Sobre el final una versión extendida de Enlace volvió a hacer estallar el éxtasis paranoico en el cuerpo de un poseído Juanse que, como en las viejos tiempos, trepó las estructuras del escenario y bailó sobre ellas en una arriesgada acrobacia que puso en evidencia su excelente estado físico y de rocanrol. Las zapatillas amarillo flour que usó durante todo el show se robaron parte de la atención del público y pasaron al archivo de las anécdotas de los que estuvimos allí.


El final, con explosión y lluvia de papelitos incluida, llegó con Para Siempre, ineludible hit de aquella etapa en que Los Ratones hicieron de la necesidad virtud y terminaron instalando en el imaginario un verdadero himno que sintetiza muchas de las posturas vitales, filosóficas y estéticas de su obra y de la propia cultura en la que surgen y a la cual contribuyen. "Somos muchos más de lo que creen", sentenció.


En resumida cuenta, un espectáculo de primer nivel, un Juanse que se muestra reconciliado con su alma y ahora también con su público, una banda sumamente aceitada para volver a rodar y la demostración cabal de que puede haber aún mucho más rock and roll para mantener despierto el mítico ojo paranoico -diseñado en los '90 por Marta Minujín-, que aquella noche presidió desde el centro del escenario la mágica comunión.






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