13/10/2021

Opinión

La siesta, el más maravilloso invento de los santiagueños

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24).
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La siesta, el más maravilloso invento de los santiagueños

Hace poco alguien ha escrito en contra de la siesta santiagueña. Como si supieran, opinan que a ella se debe el atraso de la provincia. No saben lo que dicen. Para empezar, gracias a ella los santiagueños tenemos dos amaneceres: quien no dejó para mañana lo que podía hacer hoy, todavía tiene una segunda oportunidad de hacerlo. Otro día dentro del día. El desquite de la jornada, pero no mañana ni pasado, sino esta misma tardecita.

Dicen que los extraños se sienten solos a la siesta en Santiago, no saben qué hacer. Buscan los bares del centro y se quedan como tontos, mirando la televisión, conversando con los adormilados mozos, mirando reverberar el calor en el pavimento de la calle, observando una ciudad en pleno ronquido, atrapado en la soledad, en medio de la brillantez del día. Piensan que el mundo a su alrededor pierde el tiempo, durmiendo la siesta.

Bueno, le diré, es una convención aceptada por todos en estos pagos, que la siesta es malsana para poner un pie fuera de la casa. Quien ha sufrido más de 40 grados, de dos a cuatro de la tarde, un día y otro día y otro día y otro más, sin solución de continuidad, sabe la mortificación que significa trabajar a esa hora, con ríos de sudor corriéndole por todo el cuerpo. Entre todos nos hemos puesto de acuerdo, hace casi cinco siglos, cuando llegaron los españoles, para dormir la siesta y distribuir las tareas del día, mitad y mitad.

Los simpáticos ututus, duendes verdes del calor, algunas siestas andan a las disparadas por entre el pasto, no porque sea su natural forma de caminar, sino porque se queman las patitas cuando pasan de un lado a otro del camino. Ellos viven por aquí desde antes de la llegada de los indios y todavía no se acostumbraron al calor, imagínese. Pero usted quiere que los santiagueños trabajen de 9 de la mañana a cinco de la tarde, sólo porque en los países que llaman civilizados lo hacen de esa manera para resguardarse de la nevada de la noche.

Si quieren tratarnos de vagos o mal entretenidos porque dormimos la siesta, recuerden que los negocios abren después de las cinco y media de la tarde y cierran más allá de las 10 de la noche, pues los santiagueños a esa hora siguen en el centro haciendo sus compras: a las 11, todavía salen llenos los ómnibus, rumbo a los barrios, llevando gente a su casa, las ventanillas abiertas, buscando el vientito. A la una de la mañana muchos vecinos siguen con sus reposeras en las veredas, mirando a quienes pasan de un lado a otro, mientras ambulan, buscando el leve fresquito de 35 grados de las altas horas de la madrugada.

Cuando visite Santiago, amigo, anímese a una experiencia de otro tiempo. Tranque la puerta de la casa, oscurezca las habitaciones todo lo que pueda, cálcese pantalón y saco pijama, encienda el aire acondicionado a todo lo que da, rece un Padrenuestro y dese a la maravillosa experiencia de aguaitar la segunda madrugada del día, después de un guiso bien sopeado o de un puchero con bigotes de león. Duerma a pata suelta, olvídese de las deudas, el jefe, la suegra. Disfrute de la vida.

Juan Manuel Aragón

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