Receta del día: costeleta solidaria sin rastros

Oiga, ¿nunca le han golpeado la puerta pidiéndole de comer? Quien lo hace no quiere techo, casa, abrigo, dignidad, sino solamente comida. ¿Cómo actuar?, ¿correr a la heladera, sacar mortadela, ponerla en un pan y entregarla? Puede ser. Pero hay opciones más católicas. La primera, hacerle un lugar en la mesa y si en la casa almuerzan cuatro, que ese mediodía haya cinco. Pero cabe la posibilidad de que le hayan tocado el timbre a las 9 de la mañana.¿Entonces?

Va una idea, doña.

Digalé, por favor, que espere un rato. Vaya a la carnicería, pida una costeleta. Vuelva a las voladas. Haga pasar al hombre y siéntelo en la cocina. Converse con él como si fuera un viejo amigo del marido. No lo humille preguntándole cómo llegó a esa situación, haga todo con naturalidad, porque le debe esa comida, digamos.

Luego ponga la plancha en el fuego y antes de agregar la carne pregúntele si le gusta bien cocida o vuelta y vuelta. Mientras el humo invade la cocina, prepare ensalada de lechuga, tomate, huevo, zanahoria y queso de rallar.

Averigüe si quiere el tentempié en el comedor o en la cocina. No olvide agasajarlo con un buen vino. Converse de música, arte, el trabajo que dan los hijos. Al terminar la costeleta, ofrézcale un postre rico, fruta o queso y dulce a elección.

Cuando el tío se haya marchado, borre prolijamente las huellas de lo que hizo como si fueran de un crimen. Porque: “Cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha: tu limosna quedará en secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará” (Mateo 6, 3-4).

Juan Manuel Aragón

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