17/08/2021

Opinión

Los talibanes volvieron al poder en Afganistán y el mundo reza

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24).
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Los talibanes volvieron al poder en Afganistán y el mundo reza

El mundo se horroriza por la vuelta de los talibanes afganos al poder. Sobre todo, por la suerte de las mujeres, a quienes se supone las primeras víctimas de la violencia musulmana. Se sabe o se sospecha que las harán dejar escuelas, trabajos, negocios. Si los nuevos gobernantes siguen siendo los mismos, sus madres, esposas y hermanas sólo saldrán a la calle si van cubiertas de la cabeza a los pies con burka, especie de vestido que les deja solo unas rendijas, a la altura de los ojos.

Hace veinte años los invadió Estados Unidos, iniciando la más brutal cacería humana de estos tiempos de incivilización. Buscaba a Osama bin Laden, el supuesto ideólogo, patrocinador y financista del secuestro de dos aviones para tumbar las Torres Gemelas de Nueva York, estrellar otro contra el Pentágono y —supuestamente— un cuarto que tenía como destino la Casa Blanca, pero fue derribado en el aire, con secuestradores y secuestrados adentro. Fue un crimen casi perfecto en su ejecución, con los asesinos materiales sabiendo de antemano que no iban a salir vivos de la aventura.

Luego, lo que sabemos, Estados Unidos invadió Afganistán buscando al responsable del atentado, aunque para ello se debió hacer cargo del país, en rigor, un pedregal en el que apenas sobreviven unas cuantas tribus y tiene el opio como principal fuente de ingresos. El hombre se les escapó varias veces, como agua entre los dedos, y al final lo mataron en un país vecino, Paquistán. La narración de cómo lo hallaron y asesinaron, fue mostrada, cuándo no, en una película.

Hasta una gran potencia como Estados Unidos, no tiene cómo mantener soldados, durante más de veinte años, en un país extraño. Además, la misión fue cumplida, el enemigo público número uno de los norteamericanos yace en el fondo del mar, según informaron. Hace un tiempo se retiraron y los talibanes empezaron a recuperar el país que les pertenecía.

Según las fotos y la información que envían las agencias a los diarios, cuando los talibanes estaban por llegar a Kabul, capital de Afganistán, mucha gente huyó, empezando por el Presidente títere, sus colaboradores, los extranjeros y la gente común que primero quería sacar su plata de los bancos y luego literalmente se colgó de los aviones para mandarse a mudar.

Mientras escribo esto es de noche en la Argentina, está fresco, pero no mucho, fue un día tranquilo, estoy en casa y desde la cocina viene el ruido del lavarropas. Entretanto, imagino el terror desatado en una capital que se acostumbró a ciertas comodidades y ahora debe volver quién sabe a qué siglo musulmán. El mundo se esperanza que los nuevos gobernantes hayan regresado con otro gesto en el rostro, al menos no tan brutal como últimamente se han mostrado los adeptos a esa religión.

Pienso en cientos de miles de aterrorizadas mujeres, cuyo único pecado fue haber aprovechado el veranito de una civilización extraña para desarrollar sus aptitudes en la escuela, en emprendimientos que quizás aquí son poca cosa: vender pan en la calle, instalar una peluquería, emplearse en bancos y comercios, en actividades como las que aportan al resto del mundo para hacer más llevadera la vida. Y hoy podrían estar regresando a la época del Profeta.

Mientras tanto, el mundo pide candorosamente diálogo a las nuevas autoridades que volvieron al poder con las armas en la mano y es poco probable que estén dispuestos a conversar de nada y con nadie. Los poderosos que durante un tiempo protegieron cierta idea de civilización se fueron sin decir adiós, sin un gesto de compasión mínimo, salvo porque dejaron subir a los aviones a los más allegados. Aliados de nuevo a los rusos y a ahora a los chinos, dos ejemplos de maltrato a su propia gente, los talibanes están imponiendo de nuevo sus leyes al país.

En la cocina el lavarropas dejó de funcionar. Afuera la ciudad se calma de un lunes no tan ajetreado. El resto del mundo observa el desaguisado y reza. Mañana todos miraremos para otro lado.

Juan Manuel Aragón

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