04/11/2020

Opinión

Una esperanza clarea en medio de la desazón

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24)
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Una esperanza clarea en medio de la desazón

La lluvia es una pelea entre los gigantes del firmamento, se cascotean con hielo, se enojan, se insultan a los gritos y echan llamaradas para castigarse mutuamente. Cuando luchan hacia el sur son bravos, si la agarrada es para el norte, es peor. Se tiran con todo y desatan un viento que arrasa la vida. El vendaval es una víbora que pasa por entre los barrios de los pueblos tumbando árboles, echando abajo techos, levantando tinglados, retorciendo fierros, agitando papeles en un remolino de furia.

Al temporal lo pintan fiero, pero es la sumisa garúa de varios días: los gigantes discuten amables sobre asuntos quizás sin importancia. Suele llegar de marzo a mayo, manso, sereno, se instala un día, sigue al siguiente y al otro y al otro, hasta que una noche cualquiera se manda a mudar dejando el olor a humedad en las casas, la ropa percudida y un regusto amargo en el corazón, porque no fue el aguacero contundente del verano sino solamente una caricia de los ángeles sobre el trigo que madura el otoño.

Hay días de sol radiante, sin nubes en el horizonte, fresco a la mañana pero con el sol picando al mediodía. Los dioses de la destemplanza y la eterna perturbación andan en lo suyo, quizás trabajando duro en otros países, del otro lado del redondo globo terráqueo, intentando una revolución imposible por estos pagos, con huracanes, tifones y torbellinos varios. Aquí todo está en calma, como el tango. Los viejos recuerdan y dicen: “Un día peronista”. Otros los callan: “Dejate de hablar macanas”.

El día que eligen los que salen de picnic los fines de semana, si es soleado es también una bendición de Dios. La chica lleva los sánguches, el muchacho la bebida. Lo pasan en un lugar lindo, junto al río, en mesas que puso la municipalidad pensando nada más que en ellos, bajo las casuarinas que filtran los rayos de luz necesarios para que él le diga —de nuevo— que ella es el único y extraordinario amor de su vida. Los gigantes y los ángeles se dan la mano y bailan detrás de las nubes en armonía, felicidad y contento.

Algunas ocasiones las mañanas de invierno convierten en cristal traslúcido el agua que quedó en el fuentón de lavar la ropa, en medio del patio. Maravillado, el hombre tocará la escarcha para comprobar que está helando. Quizás aproveche la ocasión para explicar a los hijos que nada se pierde, nada se gana, todo se transforma, dándoles la primera lección de política de su vida. La única que les servirá para entender lo que sucede, cuando leen los diarios.

Mientras pasan estas líneas por la pantalla del ordenador, la tarde va desdibujando la sala de mi casa, lejos aúlla una sirena de la policía y las torres mellizas santiagueñas recortan el horizonte para el lado del centro de la ciudad.

Un dulce algarrobal se recuesta contra la costanera, en el parque Aguirre. Falta poco para el tiempo de la algarroba, recogida en medio del coyuyal del verano que las hizo madurar. En medio de la desazón y a pesar de todo, clarea nítida la esperanza.

Oremus.

Juan Manuel Aragón                   

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