07/12/2019

Tucumán

Honrar la vida

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24, de Tucumán).
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HONRAR LA VIDA - Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24, de Tucumán).

Al parecer la inmortalidad viene siendo el anhelo de mucha gente.  Pero si uno se  quedara en la edad  que tiene ahora por siempre jamás, sería  una experiencia  aterradora. Y  capaz que en unos años está buscando desesperadamente crepar, finar, terminar para siempre.

No morirse fue uno de los anhelos más caros de los hombres en la antigüedad. Uno de los primeros cuentos de la  historia, es el de Gilgamesh y Enkidu, antigua epopeya  sumeria, popularizada y adocenada por la historieta de Robin Wood. En el medio nadie se ocupó de pensar que ese deseo de algunos más que vivir para siempre parece una soberbia: emular a Dios y su eternidad.

El problema con la inmortalidad, si hubiera una máquina o un tratamiento que lograra tal hazaña, sería en qué edad quedarse. Para qué vivir si  va a envejecer cada vez más: al final será una pasa de uva. Estirar la vida tampoco valdría mucho la pena. Antes que morir a los 130 años, siendo un viejo chuchuco que lo alimentan con una sonda, no ve nada, no comprende bien lo que le dicen, apenas oye y no sabe quiénes son sus viejos bisnietos, sería preferible crepar de casualidad la semana  que viene: el camión Mercedes Benz  11—14 viniendo a toda velocidad, uno distraído en medio de la calle y chau—chau adiós.

Otro drama es  que cuando uno se pone viejo, al pasar de los 50 años, se vuelve descreído. El escepticismo es  uno de los nombres de los que saben cómo van a terminar casi todas las películas antes de que las filmen: averiguan quién será el  director, el actor y la actriz  estrellas, el cameraman y saben no solamente el final sino cuántos minutos va a durar y dónde se van a rodar las tomas de exteriores, aunque no tengan idea del argumento.

Un detalle, no venga con eso de que hay  que  sentirse jóvenes, de que la vejez es un estado del alma y todo ese blablá barato. Si usted tiene más de 60, es viejo, vetusto, veterano, antiguo, jovato, pasado de moda, abuelo. No hay “jóvenes  de la  tercera  edad” ni “adultos mayores”. O se es joven o se es viejo, los huesos no mienten.

Pongamos que esa máquina del tiempo lo programa para quedarse en los 40. El problema  práctico es que se iría quedando joven mientras sus  amigos y su parentela envejecen. Al principio sería una anécdota: “Miralo a Juan, parece que no le pasan los años”. Pero cuando vayan 20 años la gente empezará a sospechar que hay algo raro. Y Juan tendría que mudarse lejos. Y a los 10 años, de nuevo. Y así sucesivamente hasta dar la vuelta al mundo en 200 ó 300 años.

¿Usted cree que a alguien le parecería buena idea no parar nunca de vivir?

El alma también se cansa. Llega un momento en que siente que ha vivido todo lo que le tocaba, que su época se terminó, que por más que haga  fuerza, no entiende cómo viene la mano de los nuevos tiempos. ¿Se  imagina explicándole a alguien que venga del tiempo del general San Martín, contándole de las computadoras?  Primero hay que explicarle lo de las máquinas a vapor, después la electricidad, los motores a explosión, en fin. A la  tercera clase el tío pide por favor que lo metan de nuevo el cajón y lo dejen en paz.

Se vive el tiempo que se vive en una sola vida. La naturaleza es sabia. Le da a cada uno su tiempo, su época para ser joven y jugar a  las bolitas, ir a la escuela, trabajar, enamorarse, desilusionarse, enamorarse de nuevo, tener hijos, envejecer, jubilarse y finalmente mandarse a  mudar para siempre a la Finca del Ñato. Ese tiempo cada vez es  más largo. Durante milenios  el hombre llegó  hasta  los 35 años más o menos. Recién desde hace un siglo empezamos  a estirar la vida. Pero, como un chicle, llega  un momento que se corta y no va más.

Y usted, su vecino, el kiosquero de la otra cuadra, sus hermanos, los míos, yo y mis hijos, moriremos. La  cuestión, según parece, es llenar los  años de intensa vida y dedicarse apasionadamente a  cumplir con su vocación y su deber en el mundo. Porque como dice Marilina “no es lo mismo que vivir honrar la vida“. En eso estamos, sin perpetuidad, gracias a Dios.

©Juan Manuel Aragón





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