05/01/2020

Tucumán

reyes magos

Una luz que no era luz

Escribe Juan Manuel Aragón - (Especial para El Diario 24, de Tucumán)
Una luz que no era luz | El Diario 24 Ampliar (1 fotos)

Epifanía de los Reyes Magos del 2020

Para los que ahora andan diciendo macanas, eran tres, llegaron a la noche, entre el 5 y el 6, más tirando a la madrugada. Nadie hubiera dicho que eran lo que eran: venían vestidos igual que cualquiera, es que nadie tenía por qué sospechar nada. Los vimos llegar y nos acercamos a ver qué decían, pero no entendimos nada porque hablaban en difícil, con esas palabras que usan las maestras cuando conversan con otras, talvez para que no entendamos nada.

Ahora que me lo pregunta, no importa tanto qué traían, si me lo permite, dejaron un sobresalto de paz, de tranquilidad y armonía como no se había sentido desde hacía mucho en estos pagos o quizás nunca, ahora que lo pienso. Unos días después todo se haría añicos a causa de la pesadilla del hombre que decía haber sido visitado en sueños. Mientras duró la visita fuimos felices, aunque no supimos nunca dónde fueron después.Dicen que los interrogaron para averiguar en qué fato raro andaban, a qué habían venido, a quién habían visto aquí, como habían hecho para llegar, quién los había traído, por qué aquí y no a cualquier otra parte, quién era su jefe, qué ideas tenían, todo eso que husmean cada vez que meten preso a uno porque hubo un robo en el barrio y tienen que hallar rápido al culpable porque la víctima es pariente del comisario. Pero ellos no soltaron prenda y, como no se los acusaba de nada, al final tuvieron que largarlos y se mandaron a mudar y nunca más supimos nada de su vida.

Después, cuando había pasado mucho tiempo, su vida y sus hazañas fueron narradas en cientos de conjeturas que se tejieron entre los que supuestamente sabían. Dijeron que en hebreo se llamaban Magalath, Serakiy Galgalath, en griego eran Appellicon, Amerín y Damascón y una visión alemana aseguró que en realidad eran Mensór, el más joven, luego Saír, que era más bien morocho, y Teóceno el otrito. Qué sabía esa gente, oiga. Nosotros teníamos la justa.

Los tres se asombraron en su visita. Quedaron estupefactos, se les notaba en la cara, porque semejante maravilla no era posible que estuviera en un lugar tan feo. Era una caja grande de madera en que ponían el pasto para que comieran las vacas, en medio de ese olor a bosta, a orín de y cuero de vaca, a forraje viejo de animales. ¿Ahí?, sí, ahí mismo fue. Y hacía frío y caía la nieve y no tenían ni qué comer, porque eran pobres.

Ella era casi una niña, pero irradiaba una belleza extraordinaria, le salía una luz que al mismo tiempo no era luz, de su rostro tranquilo y hermoso. El hombre era, según nos había contadounas noches atrás, un humilde artesano como tantos en este pueblo. Sin señas particulares para recordar, dirían los policías unos días después, cuando les dieron el identi kit del tipo ese, que tenían que meter preso pero no sabían por qué ni qué había hecho ni a quién había matado ni de qué se lo acusaba en concreto. Ya se sabe, los policías son policías y no dejan de serlo jamás. Los jefes se pusieron como locos: “Búsquenlos por todas partes, pregunten en los bares, en las calles, entre los linyeras; aprieten a los dateros y que no quede rincón sin revisar”, pidieron. Pero ellos ya habían huido y estaban lejos. Y por eso desataron la matanza que vino después. No quedó un chico vivo. Ni para seña dejaron, pobres criaturas. Persecución, cuchillo y a chillar al otro mundo. Si te he visto no me acuerdo. Chau, chau, adiós. Todo para que ahora se acuerden con bromas de estúpidos y aprovechen la fecha para burlarse los unos de los otros, con chuscadas propias de gente de baja estofa, de barrio orillero. Para nombrarlos con una palabra que aprendí hace poco: sandios, porque hacen sandeces, eso son.

Después de eso les perdimos el rastro, no los volvimos a ver ni al padre ni a la madre ni al hijo. Nos preguntábamos qué se habrían hecho, qué sería de la criatura aquella. Alguna vez alguien vino con el cuento de que el muchacho crecía fuerte, sano y bueno. Otra ocasión nos dijeron que había andado en yunta con el tal Jehovannan, a orillas del río Jordán y unas historias que no entendimos, ¿el muchacho había discutido con los maestros de la sinagoga?, quién iba a creer eso, amigo. Pero nos alegramos porque quería decir que aquello que habíamos visto esa madrugada mientras cuidábamos nuestras ovejitas, había sido real, había valido la pena en una palabra.

¿Usted también sabe que el templo se partió el otro día a la siesta? Qué barbaridad, ¿no? Dicen que fue a la misma hora que murió el hombre ese en la Montaña de las Calaveras. Le decían Maestro y le daban otros nombres que no entendemos mucho porque somos gente sencilla, de trabajo.

Una pena lo que le hicieron. Soltaron a ese tal Barrabás, un delincuente de siete suelas, un malvado que merecía que lo malmaten a azotes y condenaron al otro, que seguimos nombrando como el Niñito de Belén, que fue visitado por Melchor, Gaspar y Baltasar, reyes y magos también qué tanto. Somos gente simple, ya le dije, sencilla, tratamos de ser buenos. Nos atenemos a nuestras creencias, que son las mismas de nuestros padres, nuestros abuelos y así hasta antes del rey David. Si usted cree en otra cosa, lo felicitamos, bien por usted. Pero nosotros seguimos firmes en la fe que profesamos, bendecimos la mesa con unción, decimos el Padrenuestro sabiendo que es la única oración que nos enseñó, para lograr que perdone nuestras deudas, vamos a misa los domingos y fiestas de guardar. Y rezamos el Rosario por todos. Y por usted que no cree, también.

©Juan Manuel Aragón

Epifanía de los Reyes Magos del 2020

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