La tierna historia de la nena de Tucumán que a los 9 años tuvo su primer trabajo ¡Como taxista!

A los 9 años fui taxista: fue mi primer trabajo. Mi papá me buscaba en el 504 de donde fuera que yo esté, me subía en el asiento de adelante y arrancabamos para que me lleve de vuelta a casa.

¿No vas a prender la bandera por si agarrás un viaje?, le preguntaba. Ahí el cartelito rojo empezaba a brillar y yo miraba atenta esperando encontrar alguna mano que haga seña. Siempre hay alguien esperando un taxi en algún lado, eso lo aprendí en esos años. De hecho en este momento debe haber alguien entrando a la app para pedir uno, estirando la mano en alguna esquina o llamando por teléfono -aunque creo que la única que sigue llamando taxis es mi tía: al cuatro tres veinte tres veinte o al trescientos nueve nueve nueve-.

Yo buscaba a nuestrx pasajerx cual pareja en tinder. Cuando hacía seña parábamos y mi papá preguntaba: voy con mi hija, ¿le molesta? A casi nadie le molestaba. Hacíamos match y comenzaba el viaje.

Así he conocido todo Tucumán. Me sé de memoria todas las calles del centro y visité muchos barrios alejados de la capital. Jamás confundí la Chacabuco con la Ayacucho, de niña sabía exactamente donde terminaba la Belgrano y se convertía en Perón, lo mismo con la Mate de Luna y la Aconquija. Si me subía a un taxi mis amigxs estaban tranquilxs porque sabían que no nos iba a pasear, era una especie de Google Maps analógico.

Tengo miles de recuerdos siendo copilota de mi papá, pero los que más me gustan son los de cuando me buscaba del centro antes de volver él a la casa, tipo doce de la noche, y empezaba La Venganza será terrible por Radio del Plata. Durante años fue nuestro ritual en el camino hasta Yerba Buena. Todavía en mi cabeza lo escucho a Dolina cuando paso por el Camino del Perú.

Y así andaba, y así andábamos. Juntxs y con el cartelito de libre siempre prendido.

Vero Medina Dip

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