En el mundo de hoy, estar conectado no es un lujo, es una necesidad que se está transformando en básica. El trabajo, la educación, la salud, los trámites y hasta el entretenimiento pasan por ahí. Si no tenés internet, estás, prácticamente, afuera del sistema. Se convirtió en la nueva línea que divide a los que tienen oportunidades de los que se quedan atrás, definiendo el futuro de regiones, empresas y personas. Pero esta revolución digital no llega a todas partes del país por igual. En las grandes ciudades la accesibilidad es más fácil, pero en cuanto nos alejamos esto se complica.
El cable que nunca llega
El problema de fondo siempre fue el mismo: la infraestructura. Tirar un cable de fibra óptica es carísimo. Requiere hacer zanjas, poner postes, conseguir permisos y una inversión de millones de dólares. Las empresas de telecomunicaciones hacen el cálculo básico. Si en una zona rural hay pocos habitantes, nunca van a recuperar la plata que les costó llevar el cable hasta ahí. Simplemente, no les cierran los números. Entonces sucede que las personas que viven en espacios alejados tienen que hacer malabares para lograr tener conectividad.
Durante décadas, la única alternativa para esa gente fue el internet satelital “tradicional”. Era un servicio que usaba satélites geoestacionarios, aparatos gigantescos que orbitan a más de 35 000 kilómetros de altura. El resultado era, en la mayoría de los casos, horrible. Hablamos de una conexión lenta, carísima, y con una latencia (el tiempo que tarda la señal en ir y volver) tan alta que hacer una videollamada o jugar online era una misión imposible. Era un parche, no una solución real.
El cambio está en el cielo
Pero este escenario cambió por completo hace muy pocos años. La verdadera revolución vino de la mano de las “megaconstelaciones” de satélites. La idea es simple. En lugar de un solo satélite gigante y lejano, poner miles de satélites chiquitos mucho más cerca, en la Órbita Terrestre Baja (LEO, por sus siglas en inglés). Estos suelen estar a solo unos 500 o 600 kilómetros de altura. Al estar tan cerca, la latencia desaparece y la velocidad puede ser igual o mejor que la de la fibra óptica.
Esta es la tecnología que usa Starlink, la empresa de SpaceX, que ya tiene presencia y miles de usuarios en Argentina desde abril del año pasado. Pero ahora, el jugador más grande de todos, el gigante del comercio electrónico, se mete de lleno en la pelea. Amazon acaba de presentarle al mundo su marca oficial, Amazon Leo, para lo que antes conocíamos como su “Project Kuiper”. Es la apuesta definitiva de la compañía para competir cabeza a cabeza por el internet del futuro.
El plan que tiene Amazon en sus manos
Esto no es un proyecto en papeles que veremos en una década. Está pasando ahora. Amazon empezó a diseñar esta red hace siete años y hoy opera una de las líneas de producción de satélites más grandes del mundo. Ya tienen más de 150 satélites en órbita (lanzados, irónicamente, por cohetes de SpaceX, su competencia directa) y su objetivo final es desplegar una constelación masiva de 3200 satélites para dar cobertura global.
En Argentina, el desembarco de Amazon Leo será de la mano de un socio muy conocido y con una estructura ya armada en todo el territorio: Vrio Corporation. Esta es la empresa dueña de DirecTV Latin America, controlada por el grupo local Werthein. El gobierno de Javier Milei ya dio el visto bueno en febrero de 2024, autorizando a Amazon, junto a Starlink y a un tercer competidor, para que presten servicio en el país. Esto significa que estamos entrando en una nueva era. Esta brecha digital que parecía imposible de pasar ahora es una competencia por quién gana más terreno en las zonas urbanas.
